Operación Triunfo, no es lo que creíamos, ahora se llama: Operación Te hundo.

Ocurrió en el tren camino de Granada. Después de que el revisor se diese cuenta de la poca eficacia de Renfe, tras comprobar que efectivamente en mi billete había un error y mi asiento no era el que yo ocupaba, si no otro. Me separó de una buena compañía, de una conversación profunda, de esas que no había tenido en meses. Lo miré como quién mira a alguien a quien le gustaría asesinar, y eso, que esto último no suelo querer hacerlo nunca. Así que me cambié, como digo, de asiento. Al lado tenía un matrimonio. Ancianos los dos. Me quedé mirándoles, porque realmente merecían ser observados. Consiguieron robarme varias sonrisas. Porque la mujer cuidadosamente sacó un termo con café y leche. Le colocó a su marido la mesa plegable, le llenó el vaso de plástico con café y leche, y luego con ella hizo lo mismo. El marido bebía el café con las manos temblorosas. Antes de guardar el termo, la mujer me miró: ¿quieres café niña? -me preguntó-. Le respondí que no, completamente emocionada. Y ella me miro con la misma mirada que minutos antes le había dedicado a su marido. El traqueteo del tren hace que el hombre se duerma. Yo estoy despierta. El Sol me da en los ojos, por eso giro la cabeza, hacia el matrimonio. La voz de la mujer me hace abrir los ojos. Me llama a mi. Me pregunta si duermo y le digo que no. Que no he dormido en todo el trayecto que llevamos. Me pregunta que dónde voy, y le digo que a Granada a ver a mi familia. Me dice que ellos también van a Granada a ver a sus nietos. Intuyo que la mujer quiere hablar conmigo, así que me giro y la escucho:
Y un día te miras al espejo,
y ves que ese reflejo eres tú.
Que tus canas y tus arrugas
no son más que recuerdos.
Y un día te miras las manos,
y vuelven a ti caricias pasadas.
Te asalta el silencio por la mañana:
silencio quebrado,
silencio sordo,
silencio vacío.
Y le echas de menos,
y te preguntas ¿por qué se fue primero?
si me prometió que me cuidaría toda la vida.
Pero toda la vida era ahora,
y ahora.... ahora él no está.
Y tampoco están ellos:
el ruido que hacía botar la casa,
la portería improvisada,
aquellos goles que rompían cristales.
Y la soledad.
Dónde quedaron mis ganas,
cuando la sangre de nuestra sangre,
dijo adiós.
Y abandonaron sus camas,
y sus habitaciones quedaron mudas,
y a mi me deja sorda cada día,
él no escuchar su ruido.
Mis niños, mi amor.
Si supierais cuanto os echo de menos.
Qué me siento al borde de la cama,
y que me falta tu abrazo inesperado.
Tu taza de café en la mesa de la terraza,
los niños cogiendo tu mano, y yo..
eternamente yo, amándote,
con la mirada, en silencio.
Como ahora, al borde de esta cama,
que me trae el recuerdo de tus labios.
Un día sé que despertaré junto a ti,
lejos de esta cama,
de este silencio.
Espérame, mi amor,
lo justo y necesario.
Tienes un nieto que dice: ¿Abuela, donde está el Abuelo?
y señalando mi pecho, le digo:
aquí, el Abuelo está aquí.
Llega alguien y escribe aquello que necesitas escribir tú. Y lo escuchas. Y lo escuchas una y otra vez, y sabes, que vas a hacer tuyas esas palabras. Que te da igual ser cursi, demasiado romántica: que más vale pasarse, que no llegar, y además no llegar nunca.
A veces, las personas, nos equivocamos. Somos humanos. Cometer errores y rectificar significa que eres persona y además, una muy buena persona.
Por eso, hoy, le robo a Jbrigada, estos versos y te los dedico a ti. Te dedico cada una de las palabras. Ojalá lleguen tan dentro de ti como tu lo haces en mi, cada día.
Sssshh... escucha "si yo, tú":
Si no te gusta lo que escribo, no me leas. Si me lees, pero no me entiendes, disimula. Y si lo entiendes pero no estás de acuerdo, hazte un favor, y no molestes. No me envíes mensajes. No me digas nada. No estaba hablando contigo. Ignórame tan a gusto como lo hago yo. Y si al final, en un imperativo de diarrea dialéctica, decides que tienes que escribirme algo, para empezar ten lo que hay que tener para identificarte por tu nombre y apellidos, y después, sólo después, intenta contarme algo que despierte un mínimo de interés. Que la inteligencia, al final, va a ser como el criterio, la valentía, el buen gusto o el sentido del humor. Todo el mundo se piensa que la tiene.
Risto Mejide
Quedar enamorada en sueños y despertar.
Luchar por amores imposibles que nunca rozaran las sábanas de nuestra cama.
Escribir cartas: encerrarlas en un cajón.
No descolgar ese teléfono maldito. No susurrar su nombre: Prohibido imaginar su cuerpo desnudo; la textura de su piel. El olor que lo llena todo.
Escuchar las canciones que llenaban de lágrimas saladas las ensaladas de pasta de colores.
Imaginar escapadas. Inventar nuevos viajes, como aquel, que iba desde tus labios a tus pechos.
Dejar cerrada tu puerta: para que no entre la corriente ni el miedo.
Sostener en la mano un vaso en el que tus labios se apoyaron una vez: beber de el.
Soñar contigo para volver a mirarte.
Rodear con mis brazos el recuerdo: darle calor en mi garganta.
Dejar caer mi cuerpo en el aparcamiento vacío.
Mirar a tu ventana: recitar un poema con tu nombre antes de dar la esquina.
Desordenar palabras para ordenarlas luego con las yemas de tus dedos.
Invitarte a un café. Sacudir tus hombros llenos de dudas.
Remover tu café y tus silencios. Romperlos con los míos.
Escribir una nota en una servilleta rota.
Trasladar la soledad al asfalto.
Proponer una huida: ver el mar.
Dejar de soñar mentiras: revolver tu pelo: quedar colgada de el.
Salir corriendo sin tropezar con mis pies.
Huir.
Porque solo quien huye se encuentra.
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