No soy una artista

Hoy hacia una tarde de sábado perfecto para empezar a pintar un cuadro gracioso. Se lo voy a regalar a ella:



Le digo a mi pareja que estoy hecha una artista - y le miento -.
Yo no soy ninguna artista. Que podría haberlo sido si es cierto. Podría ser una pintora conocida, o una dibujante de comic famosa, claro que sí, pero me falta algo, me falta tener imaginación para hacerlo, y me falta formación por eso no soy ninguna artista.
Aun sin ser artista, pinto cuadros de este tipo. Hago miniaturas (con fimo) que quizás algún día enseñe y hasta puede que las ponga a la venta. Y escribo. Pero lo de escribir ya se sabe, queda patente aquí siempre que escribo. Que no lo hago perfectamente: claro que no. Que cometo faltas de ortografía: es cierto. Pero escribo, pinto, y moldeo y me da igual si lo hago peor o mejor. Necesito hacer este tipo de cosas para sentirme completa. Y además, que en ocasiones ella me dice que menudas manos tengo o que soy una artista, y por un momento me lo creo. Como cuando pasáis por aquí y me decís que lo que he escrito os ha emocionado.
Quién me emocionáis sois vosotros a mi.

La puesta de sol

Era la primera vez que pasábamos tantas horas juntas, sin poder despedirnos, con lo fácil que es decir hasta mañana. Tú me mirabas, sonreías, y tu sonrisa se enredaba con tu pelo, por culpa del viento, o por culpa de mis ganas. De las ganas que tenía de coger tu mano y no soltarla hasta decirte que yo no he inventado esta locura: la de empezar a quererte. Y que tampoco he inventado un día sin despedidas. Que no tengo la culpa ( y de tenerla, prefiero tenerla contigo, que la tengamos las dos), de que estebamos bajo la misma luz, bajo el mismo cielo, y no tenga ni quiera tener ganas de decirte hasta mañana, o simplemente adiós.
Cada vez que hablas. Cada vez que me hablas de esas pequeñas cosas cotidianas del día a día, esas cosas que solo pareces ver tú. Que las aprecias con todos los sentidos. Y me las cuentas con tanta entrega, que parece que también yo las esté viviendo. Por eso leo tus ojos, aunque quisiera escribir un poema, el mejor, sobre ellos, y derramar todas las palabras bonitas por tus labios rosas que me producen escalofríos con solo mirarlos.

Me hablas de tus manos vacías. De tus noches a solas. De tu imaginación, de esa que vuela por tu habitación y que conviertes en sueños. De los amores que se fueron, y de los que nunca llegan. Me dices que el amor no se ha inventado para ti. Y te pido permiso para no creerte. Y te ríes con esta tendencia tan mía de hacer el tonto. Te doy una charla sobre el amor. Y te me quedas apoyada sobre el hombro. Me dices que nunca has visto una puesta de sol con nadie, que nunca, que jamás nadie te escuchó, ni se preocupo por las mismas cosas que tú. Me confiesas que has amado a una persona en silencio, que las has deseado con todas tus fuerzas. Que has escrito su nombre en cada rincón de tu casa, que la has llamado en silencio, y que en noches frías has abrazado la almohada simulando que se trataba de su cuerpo. Me quedo mirándote, sin saber que decir. Hasta que destrozo el silencio tan bonito que se forma tras tus palabras, para decirte que tú eres la única persona que me ha dejado en blanco, e incapaz de pensar en la siguiente tontería para hacer o decir. Que eres la única que consigues callarme. Me preguntas si es bueno o malo y ahora si que es verdad que me pierdo, y solo puedo quedarme como una tonta mirando al infinito.

Rompes el silencio, el mío, el tuyo, para decirme que se está poniendo el sol. Yo, como soy algo corta tardo en recordar lo que hace instantes me acabas de contar. Te digo que entonces soy la primera persona que va a ver contigo una puesta tan bonita como la de hoy. Y me respondes que ya no hay salida. Nos quedamos mirando el infinito, mezclando nuestros ojos con los colores que se forman en el horizonte. Si ahora mismo, alguien, detrás nuestra, intentase tomarnos una foto, quedaría mi mano fotografiada, acercándose a tu espalda, para acercarte más a mi y atraparte en un abrazo. Pero mi mano queda congelada, al igual que hubiese quedado en esa foto que nadie tomará.Es la puesta más bonita que he visto jamás, y mira que he visto puestas de sol con varias personas.
Dicen que del silencio nacen las mejores palabras, bueno, esta frase me la acabo de inventar. Sí. Pero en este caso me viene de perlas. Porque gracias a ese silencio me preguntaste, así, sin más:
-Esto... ¿no me vas a preguntar a que persona amo en silencio?
El silencio volvió, pero esta vez más largo aún.
Noté un cosquilleo por los pies, que me subió hasta el estómago, quiso salir por la garganta pero no le dejé, así que volvió a bajar,y allí se quedo. En medio del estómago. Sí, formando eso que llaman "mariposas estomacales": uf, como suena, menuda enfermedad.
Tu mano, tu brazo, me rodeó la espalda. Y quise que me tragase la tierra, o que la puesta de sol terminase pronto, para quedar a oscuras, para que ella dejase de ver la cara de gilipollas que tengo. La cara de imbécil. Por qué había tenido que ser ella y no yo. Cuando minutos atrás mi mano quedaba congelada tras su espalda. Por qué. Por qué. Por qué. Dios.
La miré a los ojos:
-¿A quién amas en silencio...? -le pregunté-.
La puesta de sol desapareció con mi pregunta. Mi mano dejo de estar congelada, y pasó a posarse sobre su espalda, por fin.
Y allí, justo allí, comenzó la noche.

Valiente

Esto lo escribí el 11-09-07. Si, a veces me gusta rescatar cosas ya escritas. Porque el pasado nos pertenece de la misma forma que el futuro. Porque hay cosas que es bueno recordar, al igual que hay otras que es mejor no hacerlo, o más práctico. Sin embargo esto merece la pena volver a ser leído, volver a ser recordado:

Me llama. Me dice que he sido muy valiente al dejarlo todo y venirme a vivir a Barcelona.
Valiente.
Yo pienso que no soy valiente. Valientes son las personas que se van a la guerra: a Iraq. Las personas que dan sus vidas para salvar otras.
Los Bomberos: son valientes. Los sin techo: que cada día exponen su vida al sol y a la noche.

Yo hubiese sido valiente de no haberme pensado tanto las cosas.
Valiente si no hubiese mirado atrás.
La gente que mira atrás no es valiente: porque si mira atrás es porque le da miedo saltar al otro lado. La gente valiente no mira atrás.
Y yo miré atrás: y vi a toda la gente que quiero quedarse allí, en la otra punta del mapa de España.
Les echo de menos, sí. Pero estoy contenta de haber mirado atrás y haber seguido mi camino.
Pero no por ello soy valiente.
Me llama. Me dice que las despedidas no le gustan nada. Que en el fondo se alegra de que no nos pudiésemos ver para no tener que despedirnos. Porque es verdad, aquella despedida fue como un encuentro de 3 amigas que quedan para tomar unas coca-colas, pero que se van a ver mañana.
Yo no las voy a ver mañana. Ellas a mi tampoco.
Ojalá que nos veamos pronto.
Así que ve entrenando, y cogiendo ese coche que tanta cosa te da coger. Ve entrenando, porque tienes que venir a vernos.
Aunque os diré que pronto, muy pronto, tiraré pa el sur. Y esta vez os invitaré yo a cenar a vosotras. Os debo tantas coca-colas, tantas cenas, tantos abrazos.

No soy valiente. Y tampoco me importa no serlo.
Porque aunque no lo soy ella ha decidido estar conmigo.
Y yo he decidido estar con ella.
La miro ¿sabes? la miro y desde ese momento dejan de existir los problemas.
He aprendido tanto a lo largo de estos últimos años.
Sí, sí señores/as de las tristezas y errores también se aprende mucho.
Ahora se que puedo hacer feliz a alguien: desde que comprendes que nada puede ser 100% perfecto, y que nada es para siempre, aprendes a hacer feliz a alguien. Y desde ese momento tu también lo eres.
La miro: como si se fuese a terminar, como si fuese a desaparecer de repente y no la volviera a ver. La miro y no la termino de mirar, porque se que mañana cuando despierte la voy a volver a ver.
La voy a tener a mi lado.
Ya no existen tren o avión que se atreva a separarme de su lado.Ni a ella del mío.
Como tampoco hoteles que guarden nuevos secretos de despedidas.

No soy valiente y lo sabes bien. Siempre he pensado que la valiente eres tú. Desde aquel día, en aquellas conversaciones el día de los "mejillones con tomate" (¿te acuerdas?) lo pensé.

Obras y tiempo perdido

El tiempo en Barcelona está loco. Sale el sol, se va, y comienza a llover. Los periódicos anuncian días nublados y lluvias, el ordenador de mi trabajo me dice que ya está lloviendo, sin embargo acaba de salir el sol. No hace frío. Puedes ir perfectamente en manga corta, aunque mucha gente aún lleve las chaquetas de piel o ese tipo de jersey de lana, que ni tu misma usas en invierno. Pero como gustos, colores. Ya lo dicen: ande yo caliente y ríase la gente.
Ahora ir al trabajo se ha convertido en una tarea algo complicada. Las líneas azul y verde están en obras, por lo que tanto la entrada del metro como la salida se efectúa por otro sitio, lo que implica perder los nervios y el tiempo. Antes, desde que salía de trabajar tardaba justo 15 minutos en llegar a casa, ahora tardo 25.
En la boca del metro, precisamente de la salida, una mujer hace lo imposible por entrar. Los de seguridad intentan explicarle a la señora que por aquí no se entra, que tiene que cruzar la carretera , que la entrada no se ve por culpa de las mallas verdes de las obras, pero que justo detrás de ellas está la entrada. Intentan convencerla de que vaya hacía allí para poder utilizar la línea azul (L5) pero la mujer insiste en que quiere entrar por la salida. Los de seguridad lo intentan una y otra vez, la mujer como ha comprobado que con la palabra no consigue nada, ajusta la cremallera de su bolso y comienza a golpearles con el bolso, a dos de las chicas que reparten los papeles informativos, esos que contienen un pequeño mapa con la ruta que hemos de seguir para hacer el cambio a la línea verde. Estas personas no tienen culpa de nada, pero la mujer les golpea sin miramientos, bolso va, y bolso viene. Los de seguridad, que se fuman tranquilamente un cigarro, lo tiran, y van a socorrer a los pobres muchachos que se les ha caído hasta los panfletos al suelo. Pero a la mujer le importa un pimiento los de seguridad, y comienza ahora a darle con el bolso a ellos, mientras grita que quiere bajar a la línea 5 por esas escaleras. Que no va a dar la vuelta para hacerlo. Los de seguridad consiguen que la mujer deje de darles con el bolso. La tranquilizan. Yo, todo esto, lo veo desde la esquina, junto con la gente que medio dormida, miramos todo lo que la mujer está liando por entrar.
En realidad a todos los que miramos nos gustaría hacer lo que la mujer está haciendo: intentar entrar por donde cada día lo hace. Porque los minutos que esa mujer va a perder cada día, por culpa de unas obras, que sí, que son para el bien de todos los ciudadanos, para que cada mañana paseemos por un pasillo de paredes de colores, y no, las que hasta ahora había: paredes blanquecinos y techos de hormigón.
Pero se trata de un año. Un año perdiendo unos 10 minutos. Esa mujer reclama en realidad su tiempo, y aunque esas nos son las formas correctas para hacerlo. Y no estoy de acuerdo en cada uno de los golpes que les ha propinado a la gente de seguridad y a los pobres muchachos que solo hacen su trabajo, sé que en el fondo todos estamos jodidos y mosqueados por estas obras, y porque ese tiempo que nos roban, nadie nos lo va a devolver. Y luego nos dicen en paneles informativos que están trabajando para nuestro bienestar, y tienen razón. Pero que ciegos estamos que solo vemos el tiempo que perdemos, y no, otras cosas. Pero este es otro largo tema.

Qué paso con la mujer. Nada. La mujer en realidad no quería entrar al metro. Quería que dejasen de una vez de cortar calles, que dejasen de hacer ruido, porque tiene su balcón justo arriba, su marido está enfermo, por la noche no duerme. Intenta dormir por la mañana pero con tanto ruido no se puede.

Lo que nunca le he contado a nadie

Estuve mucho tiempo enferma. Sufriendo una enfermedad que no podía contarle a nadie, en silencio. Sufriendo todo aquello yo sola. Mis ojeras formaban parte de mi vida cotidiana. La gente me decía: te vas pareciendo a tu padre (mientras miraban bajo mis ojos). Pero lo de las ojeras se lo callaban.
Estudiaba Administrativo. Casi no me relacionaba con gente. La gente me parecía superficial. Nunca me había encontrado con una persona que no fuese solamente una fachada. Por eso prefería estar sola. En mi mundo.
Cogí las clases nocturnas. Por la tarde-noche iba a clase, y de madrugada estudiaba. De día... de día dormía hasta muy tarde, comía y de nuevo al instituto. Una madrugada mi enfermedad se apoderó de mi, comencé a escribir con una máquina de escribir eléctrica. Esa madrugada y otras más las pasé con la puerta de mi habitación cerrada y tecleando sin parar. Cuando mis ojos no aguantaban más tiempo abiertos, cuando escuchaba a mi madre despertar a las 8 de la mañana, entonces, cuidadosamente me metía en la cama y dormía. Mi madre me peleaba, decía que pasaba los día sin hacer nada, que me metía en la cama a las tantas, que así no podía seguir.
Ella no sabía que yo estaba enferma. Enferma de cosas que contar, porque este mundo no me entendía, porque no tenía a mi alrededor gente con la que compartir historias. Porque mis únicos amigos eran los folios en blanco que madrugada tras madrugada iba rellenado con infinita ternura. Escribí la mejor historia, con un montón de faltas de ortografía. Algunas letras emborronadas a causa de las lagrimas que alguna madrugada derramé, a solas, en mi habitación.

Cuando terminé el instituto, y me saqué el título, me dí cuenta que había estado perdiendo el tiempo estudiando algo que no me gustaba. Dije en mi casa que quería estudiar bellas artes, que yo era una artista, que amaba el arte en todos los sentidos. Quería ir también a una escuela de escritura. Mi familia no me hizo caso. Eso no tiene salida -me dijeron-. Mis padres se separaron. Mi Madre quemó las fotos de su boda frente a casa, en ese momento rescaté mi historia, que la tenía guardada en una gran caja de cartón, esa que había escrito durante años en cada una de las madrugadas que pasé a solas, unos 500 folios. Y de 30 en 30 los fui quemando junto con las fotos de la vida de mi Madre.
Entonces, mientras miraba como ardía, me di cuenta que yo no tenía ninguna enfermedad, lo que yo tenía era un gran don.

Nunca supe lo que significaba esta canción

Cuando tienes 19 o 20 años piensas que la vida se va a detener ahí. Que vas a quedar con esa edad el resto de tu vida, pero no es verdad. Lo peor que te puede pasar a esa edad es que te rompan el corazón. Que jueguen con él, que lo rajen a base de trampas y mentiras, y que luego para rematar parezca todo un accidente. A mi no me rompieron el corazón una vez, me lo rompieron más veces. A esa edad confías tu dolor a quién tienes más cerca. Algunas personas a las que les cuentas lo que te ha pasado se lo toman a guasa, otras te comprenden y te abrazan, el resto te dicen solamente la verdad: que el tiempo lo cura todo. Una persona me dijo una vez (palabras textuales): "El daño que te hagan te servirá para crecer, para quererte y valorarte más y para aprender a saltar a tiempo del barco antes de que este se hunda contigo dentro, cuando consigas llevarlo a la practica, entonces habrás madurado lo suficiente".
La persona que me lo dijo era la más sensata de este mundo, y una persona a la que más tarde quien le hizo daño fui yo.

Aquellas palabras quedaron dentro de mi, y me han acompañado a lo largo de los años. Hace dos días recordé estas palabras y me di cuenta de lo mucho que he madurado a lo largo de los años, aun con eternas cicatrices de esas que de vez en cuando te pican y tienes que rascarte.

La canción.. sí, es de Elton John, cantada por Pedro Aznar. La he conocido a través del blog de mi querida amiga fire.




Cosas sencillas

Llego a Hacienda. Tenía cita previa (menos mal). El número 248 en la mano. Cuando entro en la sala veo un montón de gente esperando. Pregunto a la mujer que está en el mostrador, que parece harta de contestar siempre a las mismas preguntas: lo noto por como me responde. Me dice que van con retraso de 1 hora y 15 minutos. Quedo perpleja ante la eficacia de Hacienda. Son tan eficientes como por teléfono, bueno, al menos te atienden personas, y no máquinas. Quedo de pie apoyada en la pared, miro a la gente: nunca he visto tantas personas desesperadas juntas. A los 20 minutos una mujer se levanta porque ha llegado su turno, y me siento en la silla. A mi lado hay un hombre mayor, cada vez que cantan el número y sale bien grande en la gran pantalla, el hombre mira el papel con el número y se desespera aún más. Y así hasta pasados 120 números. Me entretengo mirando al hombre cada vez que se escucha un número y me hace un comentario sobre lo lentos que son. Cuando por fin cantan el número del hombre, éste se levanta e incrédulo queda frente a la pantalla, alternando la mirada con la pantalla y el papel, hasta que el vigilante (que también hace las veces de personal) le llama la atención para que se dirija a la mesa número 15.

Yo también me desespero. Hasta que dicen mi número. Leo en vez de mesa 36, mesa 26, y el vigilante me llama la atención. Es que tanto tiempo esperando a que llegue tu turno terminas trastornada. Llego a mi mesa, con ayuda, pero llego.Una chica con gafas de pasta de color negro se supone que me atiende, eso sí, cuando deje de mirar el móvil, pues lee un mensaje que parece interesante. Lo primero que me pregunta es: ¿Queda mucha gente fuera?. Le respondo que no, que unas 10 personas. Me dice que tiene muchas ganas de irse y bla, bla. La comprendo, estos minutos de más no se los van a pagar. Te sale a devolver -me dice- ¿confirmamos?. Le digo que sí. Y me siento como una idiota, con lo fácil que ha sido todo, ningún problema, nada. Y no se quien parece más idiota en esos momentos: ella echando horas extras que no le pagaran, o yo por haber estado preocupada durante un mes entero por algo tan sencillo como estar en una sala durante una hora y cuarto, decir que quiero confirmar el borrador, escribir mi DNI, firmar, y encima para decirme que me devuelven dinero.
Que complicadas hacemos las cosas sencillas.

Sin despedidas

Escucho el ruido de tus pasos,
el crujido de las almendras cuando las partes,
tus gruñidos cuando los niños no quitan la mesa.
Me gusta : cuando cocinas y dejas sosa la comida,
y te pregunto, dónde dejaste la sal y tu te ríes.
Cuando te quejas porque caminando por la calle,
voy tras de ti: lo hago solamente para respirar tu olor.
Y por las mañanas que te caes de la cama a las 7 en punto,
traes el pan recién hecho, le haces bocadillos para el trabajo a los niños,
y tostadas para mí.
Nunca te digo que adoro esa manía que tienes,
de dejar la televisión en un sólo canal, todo el día.
Cuando suspiras porque los niños llegan tarden,
o porque no dejo de planchar.
Eres quien pone la calma,
quien dice no llores, que ya lloro yo.
En invierno eres quien calienta mi cama,
y en verano la refrescas con tu aliento de menta.
Encuentro la paz de tu mano,
cuando se me llenan los ojos de miedo,
y te busco hasta encontrarte.

Cuando he vuelto a casa y no te he encontrado,
me he puesto a gritar y a llorar como una loca.
Gritaba que volverías, que te has ido para volver.
Los niños me han cogido, cada uno de un brazo,
y me han dicho que te has quedado en el hospital,
que has cerrado los ojos para siempre,
que no vas a volver.
Sin embargo, me he sentado en el sofá, en el tuyo: a esperarte.
Y aún sigo ahí sentada, a la espera de escuchar el ruido de tus llaves contra el cenicero,
de la entrada.



Dedicado a una persona que ayer, nos dejo, nos abandono, sin despedirse.

Dolenta

Cuando llevas desde que comenzó el mes, día tras día, acordándote de que el día 16 es el cumpleaños de tu hermana, y justo el día 16, por alguna razón que desconoces se te olvida felicitarla...............[....]

Ha sido como si me cayese una jarra de agua fría por encima de la cabeza, a las 9 de la mañana y con sueño aún, cuando he mirado el calendario del ordenador con el que trabajo y me he dado cuenta que era 19 de mayo. He querido pensar que veo al revés. Que el 9 en realidad era un 6. Pero no. Se me había olvidado felicitar a la niña que más quiero.
El concepto que tenía sobre mi, ha cambiado.
Se me ha olvidado ese día, y si eso ocurre ..... ¿qué será lo siguiente?

Los tomates cherry

Cuando trabajaba con mi madre en el bar discutíamos. A ella le encantaba excederse en las "tapas" decía que así se hacía la clientela. Yo sabía que tenía razón, pero la tapa terminaba costando más que una cerveza, con lo cual el beneficio era cero. Teníamos infinitas peleas. Yo me enfadaba, y ella quedaba en silencio, pensando que eso era lo mejor. Ponía una tapa: tortilla a la plancha con tomates cherry de acompañamiento. Las tortillas tenían un pase, aunque fuesen de patatas, pero el acompañarla con tomates cherry lo consideraba excesivo, sin embargo, mi madre seguía en su línea. Le decía que no estaba de acuerdo con eso, que ella misma si había pérdidas. Pero ella seguía callada. Yo mientras iba sirviendo las tapas y me fijaba en las caras de los clientes: se veían totalmente satisfechos. Incluso muchos, pedían esa tapa: tortilla con tomatitos -me decían-. Mi madre se dio cuenta de la demanda de esa tapa, con lo cual, compraba tomates cherry por cajas. Durante la semana siguiente, el bar se desbordaba de gente, casi todo el mundo que venía pedía tortilla. Incluso vendía por la ventana, ya que las mesas estaban llenas, al igual que la barra, y las mesas de dentro. Mi madre sonreía desde la cocina. Y yo empecé a entenderlo todo. Las personas mayores acudían al bar no por la cerveza, ni por el refresco, sino por la tortilla con tomates cherry de mi madre. Fue entonces cuando le tuve que dar la razón, y pedirle disculpas. Mi madre, serena, me dijo: Teníamos que darnos a conocer, y esta ha sido la manera. A merecido la pena, ahora nos conocen por algo: por las tortillas a la plancha con tomates cherry.

Mi madre tenía razón, y yo estaba algo ciega.

Hoy para cenar he hecho la tortilla de mi madre, y la he acompañado con tomates cherry, por eso me he acordado de todo esto.

La Abuela y el día de Internet


Me llama mi abuela por teléfono. Ella se lleva muy mal con el teléfono:

-Hija, llamarte me ha costado hablar con tres personas, que no conozco de nada -me dice-.

Sonrío, y le digo que tendré que regalarle un teléfono con las letras más grandes.

-¿Dime Abuela, qué querías? -pregunto-.

-A ver, eigual, ¿recuerdas, que hace ya bastante tiempo me dijiste que tenías a Internet en casa? -me pregunta-.

-Si, Abuela, claro que lo recuerdo.

-Pues dile que se ponga, que le quiero felicitar, que he escuchado en la televisión que hoy es su día.


Cuando me ha dicho eso no sabía si reír o llorar. Le he dicho que no se podía poner y que últimamente es algo "lento". Todo un detalle por parte de mi Abuela, es lo que tiene no ver bien, pero tener muy, pero que muy buena memoria, y acordarse siempre de felicitar en fechas señaladas.

Fantasía y realidad

Le dije que estaba escribiendo un libro. Él me pregunto que de qué trataba. Le conté que eran historias cortas, que no tenían nada que ver las unas con las otras. Sería más bien un libro de relatos cortos. Me miró fijamente, y me dijo que eso no era un libro. Que eso lo podía escribir cualquier tarde, para cualquier concurso, de cualquier ayuntamiento, de cualquier ciudad.
Me dijo que quería leer algo mío, busqué y le envíe lo mejor que había escrito hasta ahora. Quedé esperando alguna respuesta por su parte, su aprobación. Me conformaba con que me dijese que le había gustado. No tardó en leerlo ni 1 hora, me dijo que lo que más le había llamado la atención eran las faltas de ortografía. Que cometo muchas faltas. Que repito muchas veces la misma palabra. Que debería de comprar un diccionario de sinónimos, que los venden baratos, por unos cuantos euros en el Fnac. Le pregunté ¿pero qué tal lo que has leído?. Y para ser sincera, al final no me contestó. Me quede algo triste, no esperaba que me alabara, ni que quedase enamorado de mis palabras, pero sí me hubiese gustado haberle llegado de alguna u otra manera. Sé que no lo hice. Él me dijo que me tenía que confesar algo: tenia un proyecto entre manos, estaba escribiendo un libro, o mejor dicho, ya lo había escrito, le estaba dando los últimos retoques para auto-publicarlo. Me pasó un primer capitulo para que me lo leyese. Pensé: este tío tiene que escribir realmente bien, y no cometer ni una falta ortográfica, por eso al leerme ha visto todos mis errores. Cuando leí el capítulo no sabía si reír o llorar. No sólo había faltas de ortografía, y eso que decía ya tenía corregido el capitulo, si no que repetía una serie de palabras una y otra vez.
Me preguntó que me había parecido y pensé en decirle la verdad, pero no lo hice, porque cuando estás empezando, cuando tienes todas tus ganas e ilusión en algo, no es bueno que te hundan en la miseria ni un milímetro. Lo mejor es que te den otra oportunidad, y yo se la dí. Le dije que me gustaría leerme el libro entero, cuando lo auto-publicara. Que me reservase a mi un ejemplar. Y creo que el tipo se sintió el por unos momentos el Rey y se hincho, cual palomo tras la paloma.
Pasó tiempo y me lo encontré por el MSN, me saluda, me dice que hace mucho tiempo que no sabe nada de mi, y bla, bla. Le digo que he estado muy liada, y me pregunta que como llevo el libro. Le digo la verdad, que bastante regular, porque estoy escribiendo muchas cosas, y necesito mucho tiempo libre para pensar. Pero que ahí va. Quedamos en silencio y por una vez en la vida, el silencio del MSN, me resultó incomodo. Porque me di cuenta que ni el ni yo tenemos nada en común. El escribe historias de fantasía. Yo soy clara y concisa a la hora de escribir, y la fantasía solo la utilizo para que mis personajes tengan fantasías. Yo no soy de escribir historias fantásticas -le digo-. Para romper el silencio. Yo tampoco se contar las cosas de la manera en que tu las cuentas. ¿Te leerás mi libro, de verdad? -me pregunta-. Me lo leeré -le respondo-. ¿Aunque no te guste la fantasía? -me responde-. No he dicho que no me guste (que casi que tampoco) dije que no sé escribir historias de fantasía. Después de nuestra "pequeña y tonta" conversación me confiesa que cuando me leyó sintió unos celos enormes, una envidia que la última que la sufrió, fue con 17 años, cuando un amigo tenía un Caballero del Zodiaco que a el le faltaba.
"Tenía envidia porque contabas todo aquello que yo siempre he querido contar y nunca he sabido como hacerlo" -me dice-. "Sentí que tenías algo que yo no tengo, ni tendré nunca".
Me pidió disculpas, y yo también a él. Nos hemos prometido regalarnos mutuamente un ejemplar de nuestros respectivos libros.
Hoy iba en el metro, y una chica muy guapa no quitaba la vista de un libro que sostenía con las dos manos. Más que leerlo, lo devoraba. Yo la miraba, y me contagiaba esa sonrisa, que sale casi sin darse uno cuenta, de medio lao. La miraba, y un escalofrío me ha recorrido el cuerpo, cuando me ha dado por pensar,que el libro que devora, y que sostiene, y del que no quita la vista ni un segundo, podría ser el mio. Y os aseguro que he quedado tonta durante varios segundos, hasta que ha llegado mi parada, y he bajado del tren, con la sensación de que me dejaba olvidado algo, en el vagón.

Indecisión

La luz de la mañana entraba por las rendijas de las persianas y el café se calentaba contagiándolo todo con ese aroma a madrugada.
Ella todavía no estaba despierta. Le gustaba demorarse unos minutos después de que el despertador hubiera sonado, en un intento desesperado de sentirse dueña de su tiempo, alargando el letargo bajo las sábanas. La decisión está tomada. Le abandonaba. Cinco años son suficientes para comprobar, confirmar y asumir que lo nuestro no funciona.
Que tal vez hubo un tiempo en que pudo ser, que fuimos moderadamente felices y que al mirarnos a los ojos había cierta complicidad compartida. Que luego todo pasó a formar parte de pequeños momentos, para terminar olvidándose en el cajón, junto a los recibos del agua, de la luz y la hipoteca.
Tenía las maletas preparadas junto a la puerta. Cuando ella se levantara dentro de unos minutos se encontraría confusa y no quería estar allí para enfrentarme a sus preguntas. No me atrevería a mirarle a los ojos, ni a balbucear excusas. Siempre fui una cobarde absoluta. Por eso le estoy escribiendo una carta. Hago un repaso mental de las veces que he intentado dejarle. Con esta son tres. Esta vez lo voy a conseguir. Estoy casi segura. En la carta le digo que necesito tiempo, tiempo para mí, tiempo para pensar, tiempo que recuperar. Que hemos sido muy felices pero que necesito algo más que ya no encuentro en sus abrazos. Que no me gusta dormir siempre en el mismo lado de la cama.

La cafetera silva avisándome de que se me acaba el tiempo. Termino la carta y me da por llorar, y una lágrima irónica moja la palabra amor emborronándola y deformándola. Siempre lloro.
Retiro el café del fuego y lo pongo junto a las tostadas. A ella le gusta muy cargado.
Me doy la vuelta y allí esta ella.
Me da los buenos días con un beso y se sienta a desayunar.
Luego me cuenta que hoy tiene poco trabajo y que si quiero ir al cine esta tarde a ver esa película que tantas ganas tenía de ver.
Se me queda mirándome y me pregunta si he llorado. No.
¿Y qué te pasa? Nada.
Mientras ella se ducha deshago la maleta y escondo la carta en mi bolso, junto a las otras dos cartas que nunca leyó y que siempre dicen lo mismo.
Tal vez otro día.

Cuando se rompe

Llegas. Cierras la puerta sin hacer ruido. El café, impaciente te espera. Yo descubro lo aburrida que es la televisión. Fuera cae la lluvia. También cae el Lunes, pesado y sin vida, sobre el sofá. Te adentras por el pasillo, que antes llené de nubes blancas, hasta la silla en la que te sientas, con los codos sobre la mesa, mirando el café recién hecho, tan caliente como mis manos, como mis ojos, cuando arden en lágrimas porqué te vas y me quedo.

Busco tu mirada. Apago la televisión y el silencio devora la habitación. Quiero entrar en tus pensamientos, quiero buscarme entre ellos.
Me levanto del sofá y me tiemblan las piernas. Tú no hablas: ni para mentir siquiera. Salgo al balcón y busco una estrella para huir.
Cuando me adentro de nuevo en la habitación, me veo en la sala de un velatorio, donde juntos, velamos esta relación muerta. Miras el calendario. Yo cuento las horas que quedan para que termine el mes. Y la televisión se enciende sola y Zapatero promete, un terremoto sacude la ciudad, anuncian lluvias para toda la semana. y mi corazón se detiene. Te miro: miras la pantalla. Me miras. Se rompen los cristales. Cortan nuestro amor, y sangramos.
Al día siguiente, los titulares anuncian nuestra muerte. Pero seremos uno de tantos amores que se rompen en tardes de lluvia, en una ciudad grande o pequeña como esta.

Nos pisamos los pies

La gente baja deprisa por las escaleras del metro. Bajan envueltos en prisas y horarios (de trabajo, de tren, de citas). Te golpean si vas despacio, te empujan si ven que te detienes a mirar a un hombre que con su guitarra se intenta ganar el pan. Algunos le miran por encima del hombro (otros ni miran), les resulta raro ver a un hombre ganarse la vida de esa forma, yo sin embargo, lo considero arte.
Si sales a la calle puedes ver que son los turistas casi los únicos que miran al cielo. Que contemplan los edificios. Parece que solo ellos disfruten de las calles. Y nosotros.... nosotros que las tenemos a diario no les hacemos ni caso. Nos hemos acostumbrado a que todo esté en el sitio que está. Que ciegos estamos.
Salgo del trabajo y subo al metro. Una vez dentro veo a un chico en una silla de ruedas con motor. Se nota que no está bien, aparte de no poder andar, tampoco puede hablar. Lo único que puede mover es la mano, y haciendo un gran esfuerzo. Con esa mano, guía su silla. Todo el mundo lo mira, y él nos mira a todos. En la siguiente parada sube una mujer, con un niño en un carro, nadie se aparta para que la mujer pueda acomodarse con el carro en un lugar más cómodo que delante de la puerta entorpeciendo el paso. Sin embargo, el chico de la silla de ruedas, le cede su sitio a la señora con el carro. Y el chico con su silla de ruedas va abriéndose paso entre la gente, que lo miran y se apartan corriendo, como si el chico les fuese a pisar los pies. Y los pies nos los pisamos nosotros mismos, con nuestra forma, tan particular, de ser.

Hacienda es algo más

Son las 7 y media de la tarde, llamo al teléfono de atención al cliente (se supone) de Hacienda. Yo me pregunto, si tanto dicen: hacienda somos todos, ¿porqué coño nadie consigue darme una explicación? ¿porqué nadie es capaz de explicarme de una forma sencilla y clara qué he de hacer para solicitar el borrador y confirmarlo?. No lo entiendo. Tengo dos números de teléfono de hacienda, llamo al 1º: una máquina. Llamo al 2º: otra máquina. Y me ves a mi, desesperada pidiendo que por favor me pongan al habla a un humano. Entonces no me queda otra solución que pedir ayuda a mis lectores: seguro que vosotros sois más listos y sabéis más del tema que todas las máquinas juntas. Os expongo mi problema:

Yo en mi última declaración acepté el borrador, compré aquel sobre "programa padre" y para esto me ayudó un familiar, así que no recuerdo (gracias a mi mala memoria) cómo lo hice exactamente. Esta que digo la hice en Granada. Lo que ocurre ahora, es que vivo en Barcelona. Estoy totalmente pérdida, porque en Hacienda consta la dirección de Granada, y para más Inri un número de cuenta que ya dejó de existir hace tiempo. Tengo varios problemas o dudas:

1º- Qué debo de hacer para cambiar mi dirección y número de cuenta. Supongo que he de llamar a algún número ¿pero a cual?. Esto harta de llamar a 902, 901, y hablar con máquinas, que te chupan el dinero y el tiempo.

2º- ¿Cómo solicito el borrador, cómo lo acepto?. Por Internet no puedo, porque no tengo certificado digital, y tampoco poseo la declaración anterior o el borrado, porque por culpa de mudanzas perdí un montón de papeles, entre ellos, esos.

Pido ayuda. Alguien debe de estar en mi misma situación. O debe de saber cómo se hace. O incluso alguien que esté leyendo esto puede trabajar en Hacienda.
Os pido ayuda, cualquier comentario que dejéis me puede servir de ayuda.
Gracias de antemano a todos.

Aquel encuentro

Me la encuentro en una librería grande y famosa de la ciudad. Lleva un libro entre sus manos. Le pregunto por el libro, y me dice que estaba ansiosa de tener ese libro. Que no tiene a nadie que le regale libros o rosas. Ella sujeta el libro y entre sonriente y triste acaricia con la la punta de sus dedos los libros colocados en las grandes mesas centrales. Nunca me había parecido guapa, pero desde ese momento me lo parece. Quizá ese aire de mujer solitaria o abandonada, me inspira para sentir estas ganas locas de llamarla y meterla dentro de mi abrazo.
Se acerca de nuevo a mi, me pregunta por mi vida, si me casé. Yo le sonrío, y hago bromas con su pregunta. Ella me mira, y si no fuese porque me cuesta pillar las segundas miradas, diría que me está intentando seducir a base de miradas y palabras. ¿Y decías que tienes pareja?. Asiento con la cabeza, y sé desde ese momento que nuestro destino será salir por la puerta de la librería para no encontrarnos jamás. Me habla de sus relaciones rotas. De aquellas que sobrevivieron sujetas por una mentira. De sus sueños. Me habla de la muerte de su Madre. Que se refugió en la lectura más que en el amor. Que le hicieron daño y que se lamió sola sus heridas. Y yo dudo entre abrazarla o salir corriendo para evitar hablarle de los días en qué pensé en ella. De aquellos días mirando por la ventana, y mirando mi teléfono mudo, esperando su llamada, o un mensaje lleno de esperanza. Le hablé del miedo que sentí cuando su amor se perdía en el tiempo, y ella se convertía en un recuerdo que pesaba, y llenaba de ausencia mi habitación.
Le hable de que aquel silencio me hizo olvidar todos aquellos momentos. Y hoy al verla ha resurgido. Ella intenta buscar mi mano, sin soltar el libro. Me mira, me interroga con la mirada. Yo la miro despacio, y me doy cuenta que el tiempo lo único que ha cambiado ha sido nuestra vida. Me pide que huya con ella, y yo muy sería y algo melancólica, le contesto: "¿Podrías huir tu con ese libro ahora mismo sabiendo su final?, quizás sí puedas, pero ya nada sería lo mismo.

eigual

Empecé a escribir este blog en una época bastante importante de mi vida. Aquí he escrito poemas y relatos. De la única forma que se. Hace poco me mude a www.escriboaqui.es con las mimas ganas de escribir que nunca. Con nuevos proyectos y sueños. Disfruta de todas las palabras que se quedaron aquí.