Aquel verano, lo pasamos en el restaurante de mis tíos. Me gustaba Natalia, por aquel entonces. Soñaba con ella, cada noche, con pasar el mayor tiempo posible a su lado. Por eso le propuse que se viniese al restaurante de mis tíos, todo el mes de Agosto, que además, era mi cumpleaños, lo celebraría, y quería que estuviese ella.
Teníamos 17 años, por ese entonces, ella, aún tenía que pedir permiso a sus padres para según que cosas, así que le dije que no se preocupase, que esperaría la respuesta. Su madre le dio permiso, pero tan solo le dejó la primera quincena de Agosto. Ya esta bien. Ella no protestó, y yo menos aún. Hicimos nuestras maletas. Mi Padre nos llevó en coche hasta allí. Mis tíos tenían un restaurante enorme, cuya planta de arriba estaba llena de habitaciones. Y una de ellas era para nosotras dos. Mi tío nos recibió con mucha alegría. Eran como unos segundos padres para mi. De momento nos llevaron a nuestra habitación. Mis tíos no tenían hijos, mi tía por culpa de una enfermedad muy grave, le tuvieron que extirpar los ovarios y demás. Y mi tío se resigno a ello. Querían adoptar, pero nunca se pusieron en serio, nunca llevaron la idea más allá de la idea.Nunca lo hicieron realidad. Así que yo siempre era demasiado bien venida allí. Me querían con locura. Y siempre, la gente que venía conmigo eran tan bien recibidos como yo: como una más de la familia. Y con Natalia no fue menos.
Yo me conocía aquel restaurante como la palma de mi mano. Conocía, incluso, zonas secretas donde nadie había estado antes. Natalia, nada más ver el restaurante se sorprendió. Decía que nunca había visto un lugar tan grande y bonito. Y eso, que aún no había visto nada.
Descansamos en la habitación. Yo, estaba demasiado enamorada de ella, como para mirarla mientras se quitaba la ropa, por eso, cuando empezó a quitarse la camiseta, que decía tenía una macha, yo le dije que iba al baño. Y salía justo cuando intuía que se había vestido. Sí, de esa manera, sabía que nunca podría robarle ni tan siquiera un beso, pero es que, prefería su amistad, y poder disfrutar de otras cosas con ella, a contarle mis sentimientos, y que todo empezase a marchar mal. La primera noche comimos con mis tíos. Natalia alucinaba con la comida, miraba con los ojos muy abiertos a mi tío, como queriendo adivinar de donde han salido esas manos tan expertas que tiene. Porque mi tío es cocinero. Pero un cocinero de estos que te hace con cualquier cosa, algo rico. Esa noche, Natalia no dejó nada en el plato. Y yo tampoco. Mi tía se encarga del personal. Hay 5 camareros trabajando en el restaurante. Ella es la encargada de que todo marche bien. Mientras mi tío se encarga de que todo vaya bien en la cocina, para que la gente se vaya bien contenta y vuelvan.
La primera noche dormimos cada una en una cama. La segunda también. La tercera fue diferente. Natalia, tuvo una pesadilla y me pidió que por favor le hiciese un hueco a su lado. Esa noche además de un hueco en la cama, le hice un hueco en mis brazos. La abracé. Era la primera vez que ella y yo nos abrazamos en la cama. Le dí mi calor. Sentía el suyo. Pronto unas ganas de besarle se apoderaban de mi. Y la besé. Pero nada más allá de un beso casto y puro en la frente. Al cual ella respondió con una sonrisa, que hasta pude escuchar, una sonrisa que me iluminó en la noche. Los días que vinieron le enseñé todos los entresijos del restaurante. La llevé a mi sitio favorito: es un sitio rocoso, desde el que se puede ver la inmensidad del mar delante de tus ojos. Si miras al frente lo ves todo azul intenso. Y te llenas de escalofríos sintiendo la brisa que te golpea en la cara, en la piel, con olor salitre. Quedó con la boca abierta cuando vio aquel sitio. Yo disfrutaba con su cara. Era tan bonita. Más incluso que el paisaje que se pintaba ante nuestros ojos.
De madrugada, me levantaba e iba a robarle pan al panadero. Mis tíos tenían un panadero que hacía el pan, cada madrugada. El pan más bueno de la historia. Pues yo a las 4 de la madrugada despertaba e iba a por pan, cogía 4 panecillos pequeños, recién salidos del horno. Los llevaba hasta la habitación, que nada más entrar se llenaba de olor a pan recién horneado. Ella, con el olor la primera noche despertó. Nos comimos el pan, mientras nos reíamos, y contábamos cosas. Las demás noches eran igual. Cada noche hacíamos esa gamberrada. Hasta que una noche ella quiso acompañarme. Cada noche cogíamos más panecillos, que estaban tan buenos, y luego en la habitación los comíamos con crema de chocolate, mantequilla, o solos.
Durante el día, hacíamos excursiones. Le mostraba los sitios que para mi, eran los más bonitos.
Cada vez se impresionaba más. Decía que no entendía como yo conocía todos esos lugares, que algunos parecían inexistentes. Y yo le explicaba, que cuando venía sola al restaurante de mis tíos, me dedicaba a explorar sitios nuevos, para algún día poder llevar a alguien especial, y enseñárselos. Ella sonrió.
Hacía demasiado tiempo que no la veía sonreír tanto. Sus Padres se estaban divorciando. Y ella, en medio, lo estaba pasando demasiado mal. En la semana que llevaba conmigo en casa de mis tíos, no había dejado de sonreír.
El segundo día de la segunda semana y última que le quedaba que pasar conmigo en el restaurante, me volvió a pedir que si podía dormir conmigo. Yo le dije que sí, con tal énfasis que hasta parecía que estaba esperando esa pregunta, para contestar un sí. Ella volvió a sonreír.
Esa noche, dormimos abrazadas. Demasiado abrazadas, sin soltarnos, la una a la otra. La abrazaba por la espalda, y mis manos se colaron por debajo de su camiseta: empecé a jugar con su espalda. Pensé, que pronto mi mano tendría que apartarse de ahí, a pesar de que lo que yo quería era investigar un poco más su cuerpo, su piel. Más tarde eran sus manos las que descubrían la mía. Ella me comenzó a acariciar la nuca, espalda, con las yemas de sus dedos y yo, nerviosa, por el momento y casi sin creer lo que ocurría me dejé llevar.
Con mis manos cogí su mejilla y en la oscuridad la miré. Sus ojos brillaban. Y fue en ese momento cuando, por primera vez nuestras bocas se juntaron, y sin hablar, nos besamos. Ella buscó mis manos, durante ese beso, y yo busqué las suyas. Nuestras manos quedaron entrelazadas, al igual que nuestras lenguas, que no dejaban de jugar cada una en la boca de la otra.
No me habría imaginado en ningún momento aquella situación. Entendí entonces, que las cosas llegaban cuando tenían que llegar, que solo había que aguardar pacientemente.
Hicimos por primera vez el amor, en esa cama, arropadas hasta arriba, con la fina sábana blanca. Esa madrugada no fuimos a coger pan recién horneado, esa madrugada, y las que vinieron más tarde, preferí buscar su cuerpo, su piel y el sabor de sus besos.
Aquel verano
te contó
eigual
2 comentarios:
Mmmm... el pan recién horneado...
Buena elección!!
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