Estaba muy ilusionada, era un trabajo de 8 de la mañana a 3 de la tarde. Este es el mío, me dije. La entrevista era a las 5 de la tarde, así que a las 4 me puse en marcha. Tenía que ir a un sitio muy céntrico, y subir hasta la planta 2º planta que era donde estaba situada la oficina. Tarde 30 minutos en llegar al lugar. Era una 2º planta pero como no tengo muy bien las rodillas, me dije, pues voy a coger el ascensor. A las 16:35 horas el ascensor se detuvo entre la 1º y 2º planta, conmigo dentro. Me asusté mucho. Estaba encerrada. Pero no me preocupé mucho pensé que alguien vendría en mi busca, pues aún quedaban 25 minutos para la entrevista. Pensé que por muy tarde que me rescataran del ascensor llegaría a tiempo, porque subiría hasta la 2º planta andado sin ningún problema. Golpeé el ascensor, grité, intenté llamar por el teléfono móvil a la empresa, o a alguien para no sentirme tan sóla, pero no tenía cobertura. Me senté en el suelo, hasta que por fin a las 17:25 me rescataron. Me abrieron la puerta y salí. Una ver fuera el teléfono comenzó a sonar, no quería cogerlo, quería ir corriendo para hacer la entrevista y explicarles el porqué de mi retraso. Pero descolgué porque me llamaban desde el mismo número que me llamaron para ir a hacer la entrevista. Cuando descolgué el mismo hombre serio preguntó por mi, dije que era yo. La conversación fue la siguiente:
-Sí, soy yo diga...
-Tenía usted una entrevista con nosotros a las 5 de la tarde y no ha acudido, podría usted haber avisado de que no venia para no esperarla.
-Sí, estoy aquí, en la segunda planta, donde tenía la entrevista, pero no veo sus oficinas, verá, es que me he quedado encerrada en el ascensor y me acaban de sacar ahora mismo.
-Perdone señorita, pero en esta finca no tenemos ascensor, así que dudo mucho que usted se haya quedado encerrada. Se podría inventar una excusa mejor, de todas formas ya ha perdido usted la oportunidad de hacer la entrevista, y con mentiras pierde usted puntos. Buenas tardes.
-Espere...
Y colgó. Me dejó con la palabra en la boca. Quede alucinando, así que bajé las escaleras muy deprisa, salí fuera, miré el número en el que estaba: 202. Saqué el papel donde tenía apuntada la dirección: 220. Quise morir. Estaba en el edificio equivocado. Solté un pequeño grito en mitad de la calle, una señora que pasaba se apartó de mi lado (pensaría que le iba a robar el bolso).
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Una oficina. Una pequeña oficina. Las 9 de la mañana. Mucho trabajo y pocas ganas de trabajar. Mi jefe de mal humor. Mis dos compañeras riéndose de la cara de dormida que tenía. Yo bostezando una y otra vez. Teníamos que hacer ingresos de mucho dinero en ciertas cuentas corrientes. Mi compañera, entre risa y risa cometió un fallo, colocó un cero de más, y aquello se disparó. En el trabajo nos tenían dicho que no nos podíamos equivocar, que teníamos que tener mucho cuidado, aunque tardemos más en terminar. Ella había puesto un cero más, hay que ver lo que puede cambiarte la vida un cero de más, que de menos: 20.000 euros/200.000 euros.
Ella se había equivocado. Así que de la risa pasó al llanto. Me acerqué a ella, la intenté consolar. Ella estaba muy nerviosa, si perdía ese trabajo se quedaría en la calle. Yo vivía con mis Padres. Pero ella apenas sobrevivía con el sueldo que cobraba. Y en cierto sentido me sentía algo culpable de su fallo, porque cuando lo cometió estaba bromeando conmigo. No te preocupes -le dije-, ahora vuelvo.
Me metí en el despacho de mi jefe, y le dije que había puesto un cero más en una gestión. Me gritó, se puso histérico, empezó a hacer llamadas a un montón de números. Yo estaba en mi silla, sentada, mi amiga me miraba de reojo. Me preguntaba que porqué le había salvado el cuello de esa manera. Da igual, -le dije-, para que te echen a ti, que me echen a mi.
Cuando terminamos nuestra jornada, el jefe se acercó a mi, y me dijo que fuese a su despacho, pero también se lo dijo a mi compañera. Que se quedó un tanto sorprendida. Le seguimos hasta su despacho. Nos dijo: No soy tonto, hay un programa que me dice desde que ordenador se ha realizado la gestión.
Por lo tanto, el sabía que no había sido yo. Nos echó a las dos a la calle: a ella por equivocarse y no querer decirlo, y a mi por encubrirla.
-Sí, soy yo diga...
-Tenía usted una entrevista con nosotros a las 5 de la tarde y no ha acudido, podría usted haber avisado de que no venia para no esperarla.
-Sí, estoy aquí, en la segunda planta, donde tenía la entrevista, pero no veo sus oficinas, verá, es que me he quedado encerrada en el ascensor y me acaban de sacar ahora mismo.
-Perdone señorita, pero en esta finca no tenemos ascensor, así que dudo mucho que usted se haya quedado encerrada. Se podría inventar una excusa mejor, de todas formas ya ha perdido usted la oportunidad de hacer la entrevista, y con mentiras pierde usted puntos. Buenas tardes.
-Espere...
Y colgó. Me dejó con la palabra en la boca. Quede alucinando, así que bajé las escaleras muy deprisa, salí fuera, miré el número en el que estaba: 202. Saqué el papel donde tenía apuntada la dirección: 220. Quise morir. Estaba en el edificio equivocado. Solté un pequeño grito en mitad de la calle, una señora que pasaba se apartó de mi lado (pensaría que le iba a robar el bolso).
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Una oficina. Una pequeña oficina. Las 9 de la mañana. Mucho trabajo y pocas ganas de trabajar. Mi jefe de mal humor. Mis dos compañeras riéndose de la cara de dormida que tenía. Yo bostezando una y otra vez. Teníamos que hacer ingresos de mucho dinero en ciertas cuentas corrientes. Mi compañera, entre risa y risa cometió un fallo, colocó un cero de más, y aquello se disparó. En el trabajo nos tenían dicho que no nos podíamos equivocar, que teníamos que tener mucho cuidado, aunque tardemos más en terminar. Ella había puesto un cero más, hay que ver lo que puede cambiarte la vida un cero de más, que de menos: 20.000 euros/200.000 euros.
Ella se había equivocado. Así que de la risa pasó al llanto. Me acerqué a ella, la intenté consolar. Ella estaba muy nerviosa, si perdía ese trabajo se quedaría en la calle. Yo vivía con mis Padres. Pero ella apenas sobrevivía con el sueldo que cobraba. Y en cierto sentido me sentía algo culpable de su fallo, porque cuando lo cometió estaba bromeando conmigo. No te preocupes -le dije-, ahora vuelvo.
Me metí en el despacho de mi jefe, y le dije que había puesto un cero más en una gestión. Me gritó, se puso histérico, empezó a hacer llamadas a un montón de números. Yo estaba en mi silla, sentada, mi amiga me miraba de reojo. Me preguntaba que porqué le había salvado el cuello de esa manera. Da igual, -le dije-, para que te echen a ti, que me echen a mi.
Cuando terminamos nuestra jornada, el jefe se acercó a mi, y me dijo que fuese a su despacho, pero también se lo dijo a mi compañera. Que se quedó un tanto sorprendida. Le seguimos hasta su despacho. Nos dijo: No soy tonto, hay un programa que me dice desde que ordenador se ha realizado la gestión.
Por lo tanto, el sabía que no había sido yo. Nos echó a las dos a la calle: a ella por equivocarse y no querer decirlo, y a mi por encubrirla.
4 comentarios:
Tb tienes anónimos q te leen cada día y te admiran en silencio. A los q te critican que les vayan dando mucha mierda. escribes de puta madre y tienen envidia pq ellos nunca te llegaran a la suela de los zapatos
un beso de una admiradora anónima
Tienes una facilidad pasmosa para contar las tragedias cotidianas. besos
Sabes que puedes hacer que no puedan dejarte comentarios los anónimos verdad?
Si te molestan, a qué esperas?
Besitos
anónimo: Me alegro que existan anónimos como tú, que además un día dejan de ser anónimos y opinan, como tu... Gracias..
Rodolfo: Cuando era pequeña, y le contaba cosas a mi Madre, ella no me creía, por la forma que tenía de contar las cosas... Gracias por tus palabras..
alas al viento: Gracias por recordarme que se puede hacer eso, ya lo pensé, pero no me gustaría que mucha gente no tiene un blog, no pudiese comentar.
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