Mi habitación estaba oscura. Oscura como la noche tras los cristales. Abril, en la ciudad. No sé que a tenido siempre este mes, si al fin y al cabo resulta ser otro mes cualquiera, pero en Abril siempre me pasaba algo. Sin embargo, ya era día 25 y aún no había sucedido nada. Trabajaba para una famosa revista, estaba escribiendo mi artículo, y hasta la luz de la pantalla del ordenador portátil quemaba mis ojos. Me levanté, cogí a mi perro por el collar, y le até la correa para sacarlo a la calle.
Anduvimos un rato dando vueltas a un seto. Miraba a mi perro, y de vez en cuando la luna. En la calle no había ni un alma, claro, eran las 3 de la mañana. Solo se escuchó a lo lejos el camión de la basura. Y luego su voz. Esa voz. Me preguntó que hacía a esas horas en la calle, y yo le señalé a la bola peluda que sujetaba con la correa. Ella estaba fumando, me ofreció, y lo rechacé, nunca le rechazo nada a chicas como ella, pero en este caso si no he fumado antes, no iba a fumar ahora.
Yo la conocía. Era la chica con la que lo quería todo, y nada a la vez. Me la presentaron unas amigas de unas amigas. Una locura. La primera vez que la vi, pensé, que la belleza sí estaba inventada. Intenté ligar con ella en varias ocasiones, pero me rechazó en todas: que no quería por pareja alguien como yo de bohemia, de soñadora. Me retiré, porque a veces, una retirada a tiempo es lo mejor que te puede pasar. Sin embargo era ella, ahora la que intentaba llevarme a su terreno. Nos sentamos en un banco. Hacía frío, mi perro se quedó dormido debajo del banco. Ella me dijo que hacía demasiado frío aquí, que tenía su coche aparcado justo delante de nosotras. Y que la acompañase, que me quería enseñar su casa. Yo le puse varias excusas, una de ellas era, que tenía que escribir mi artículo para la revista, pues me pagaban por ello, y siempre he sido fiel a mi trabajo. Ella protesto: ¿cuando vas a dejar de escribir historias y vivir la tuya propia?. Quizá tenía razón. Pero me enfadó, me levanté del banco, desperté a mi perro y busqué en mi chaqueta las llaves de mi casa, para entrar. Pero no las encontré. Ella, detrás de mi, inmóvil en el banco, mirando la Luna. Cuando me acerqué a pedirle las llaves, ella ya se estaba riendo. Me dijo: anda, ven aquí, no tienes remedio. Y fui. Subimos a su coche, ella conduce con tanta precaución, tan segura de si misma, que entran ganas de irse al fin del mundo en su coche.
Le pregunté varias veces si su casa estaba lejos. Me contestó todas las veces con un: ya estamos llegando.
Yo no tenía ni idea de que iba a hacer en su casa, bueno sí, sí tenía idea por eso, desde que esa idea apareció en mi cabeza, le dije que detuviese el coche: ya era tarde. Estamos en mi casa, me dijo. Subimos a su casa. La casa era como ella, tan llena de misterios, que podías perderte por las paredes, como me perdía por su pelo o sus ojos, cuando conseguía retener la mirada en ellos, claro. Me llevó hasta su habitación, de la mano. Una vez allí, se quito la ropa, dejando únicamente cubiertos sus pechos y el tesoro que guardaba entre sus piernas. Solo alcancé a decirle lo mucho que me gustaban las bragas negras que usaba, y lo bien que le quedaba aquella camiseta interior que con solo mirarla hacía arder mi pecho. Me explicó que la casa era de su abuela, que su madre la heredó y la puso a su nombre: es el único regalo que mi abuela me ha hecho en toda mi vida -me dijo-. Bueno, el regalo te lo ha hecho tu madre, ¿no crees? -añadí-. Me miró fijamente, podría intuir en esos momentos una subida de tono, pero no, me contestó bien bajito: ¿Qué pasa, que aquí la única que puede inventar historias eres tú?. Quede muda frente a ella.
Se acercó a mi, me cogió de la mano. Se quejó varias veces porque decía que tenía que hacerlo todo ella. Me quitó la ropa, aún no sé como, pues no recuerdo cuantas camisetas llevaba ese día, como mínimo cuatro. Nos metimos en la cama, en ropa interior. Me preguntó porque no le quitaba lo que le quedaba de ropa: le dije que no se la quitaba porque si lo hacía se rompería el encantó. Protestó varias veces. Le callé la boca con varios besos. Arropadas hasta arriba, nos cogimos la mano, con fuerza, yo le iba dibujando pequeños círculos en el dorso de su mano, suavemente. Mientras, boca arriba, mirábamos el techo agrietado, gracias a la luz de la luna que entraba por la ventana sin cortinas. Le conté historias, inventadas, otras verídicas. La hice reír con algunas, con otras pude beberme alguna lagrima salada que le resbaló por la mejilla hasta caer en mi boca. Jugamos a mirarnos durante una hora seguida. Sin rozar nada más que nuestras manos. Intuíamos que era tarde, pero ninguna quisimos mirar el reloj. Quedamos dormidas, abrazadas, hasta que la luz de la mañana nos acarició. Jamás vi una mujer tan preciosa, al despertarme. Mire a ambos lados de la cama. A un lado la tenía a ella, al otro, una pared desconchada. Miré mi muñeca, buscando mi reloj, pero no lo vi. Cuando me ubiqué, y recordé todo lo que había pasado, supe que tenía que irme a la voz de ya de esa casa. Pero ella despertó, y resguardó su cara en mi cuello. Fue en ese momento, cuando quedé inmóvil. Escuchando su respiración, el latido de su corazón. Sentía un cosquilleo en el estómago cada vez que la miraba, cada vez que respiraba cerca de su pelo e invadía cada centímetro de mi ser con su perfume: con ella.
Estaba jodidamente enamorada de ella. Y me quedé despierta hasta que ella despertó y pude preguntarle que pensaba de todo esto, y ella, mirando al techo, repasando con la mirada la habitación me preguntó: ¿de que color pintarías nuestra habitación?, aquí también puedes escribir tu historias. Y yo quiero ver como lo haces. Me confesó que, mientras llenaba mi piel de besos, que era conmigo, y no con otra, con quien quería vivir mil y una fantasías. Que era conmigo, solo conmigo, con quien quería dormir cada noche. Y lo demás, lo que vino luego es culpable, única y exclusivamente el mes Abril, que cada año, gracias a Dios, vuelve.
Yo la conocía. Era la chica con la que lo quería todo, y nada a la vez. Me la presentaron unas amigas de unas amigas. Una locura. La primera vez que la vi, pensé, que la belleza sí estaba inventada. Intenté ligar con ella en varias ocasiones, pero me rechazó en todas: que no quería por pareja alguien como yo de bohemia, de soñadora. Me retiré, porque a veces, una retirada a tiempo es lo mejor que te puede pasar. Sin embargo era ella, ahora la que intentaba llevarme a su terreno. Nos sentamos en un banco. Hacía frío, mi perro se quedó dormido debajo del banco. Ella me dijo que hacía demasiado frío aquí, que tenía su coche aparcado justo delante de nosotras. Y que la acompañase, que me quería enseñar su casa. Yo le puse varias excusas, una de ellas era, que tenía que escribir mi artículo para la revista, pues me pagaban por ello, y siempre he sido fiel a mi trabajo. Ella protesto: ¿cuando vas a dejar de escribir historias y vivir la tuya propia?. Quizá tenía razón. Pero me enfadó, me levanté del banco, desperté a mi perro y busqué en mi chaqueta las llaves de mi casa, para entrar. Pero no las encontré. Ella, detrás de mi, inmóvil en el banco, mirando la Luna. Cuando me acerqué a pedirle las llaves, ella ya se estaba riendo. Me dijo: anda, ven aquí, no tienes remedio. Y fui. Subimos a su coche, ella conduce con tanta precaución, tan segura de si misma, que entran ganas de irse al fin del mundo en su coche.
Le pregunté varias veces si su casa estaba lejos. Me contestó todas las veces con un: ya estamos llegando.
Yo no tenía ni idea de que iba a hacer en su casa, bueno sí, sí tenía idea por eso, desde que esa idea apareció en mi cabeza, le dije que detuviese el coche: ya era tarde. Estamos en mi casa, me dijo. Subimos a su casa. La casa era como ella, tan llena de misterios, que podías perderte por las paredes, como me perdía por su pelo o sus ojos, cuando conseguía retener la mirada en ellos, claro. Me llevó hasta su habitación, de la mano. Una vez allí, se quito la ropa, dejando únicamente cubiertos sus pechos y el tesoro que guardaba entre sus piernas. Solo alcancé a decirle lo mucho que me gustaban las bragas negras que usaba, y lo bien que le quedaba aquella camiseta interior que con solo mirarla hacía arder mi pecho. Me explicó que la casa era de su abuela, que su madre la heredó y la puso a su nombre: es el único regalo que mi abuela me ha hecho en toda mi vida -me dijo-. Bueno, el regalo te lo ha hecho tu madre, ¿no crees? -añadí-. Me miró fijamente, podría intuir en esos momentos una subida de tono, pero no, me contestó bien bajito: ¿Qué pasa, que aquí la única que puede inventar historias eres tú?. Quede muda frente a ella.
Se acercó a mi, me cogió de la mano. Se quejó varias veces porque decía que tenía que hacerlo todo ella. Me quitó la ropa, aún no sé como, pues no recuerdo cuantas camisetas llevaba ese día, como mínimo cuatro. Nos metimos en la cama, en ropa interior. Me preguntó porque no le quitaba lo que le quedaba de ropa: le dije que no se la quitaba porque si lo hacía se rompería el encantó. Protestó varias veces. Le callé la boca con varios besos. Arropadas hasta arriba, nos cogimos la mano, con fuerza, yo le iba dibujando pequeños círculos en el dorso de su mano, suavemente. Mientras, boca arriba, mirábamos el techo agrietado, gracias a la luz de la luna que entraba por la ventana sin cortinas. Le conté historias, inventadas, otras verídicas. La hice reír con algunas, con otras pude beberme alguna lagrima salada que le resbaló por la mejilla hasta caer en mi boca. Jugamos a mirarnos durante una hora seguida. Sin rozar nada más que nuestras manos. Intuíamos que era tarde, pero ninguna quisimos mirar el reloj. Quedamos dormidas, abrazadas, hasta que la luz de la mañana nos acarició. Jamás vi una mujer tan preciosa, al despertarme. Mire a ambos lados de la cama. A un lado la tenía a ella, al otro, una pared desconchada. Miré mi muñeca, buscando mi reloj, pero no lo vi. Cuando me ubiqué, y recordé todo lo que había pasado, supe que tenía que irme a la voz de ya de esa casa. Pero ella despertó, y resguardó su cara en mi cuello. Fue en ese momento, cuando quedé inmóvil. Escuchando su respiración, el latido de su corazón. Sentía un cosquilleo en el estómago cada vez que la miraba, cada vez que respiraba cerca de su pelo e invadía cada centímetro de mi ser con su perfume: con ella.
Estaba jodidamente enamorada de ella. Y me quedé despierta hasta que ella despertó y pude preguntarle que pensaba de todo esto, y ella, mirando al techo, repasando con la mirada la habitación me preguntó: ¿de que color pintarías nuestra habitación?, aquí también puedes escribir tu historias. Y yo quiero ver como lo haces. Me confesó que, mientras llenaba mi piel de besos, que era conmigo, y no con otra, con quien quería vivir mil y una fantasías. Que era conmigo, solo conmigo, con quien quería dormir cada noche. Y lo demás, lo que vino luego es culpable, única y exclusivamente el mes Abril, que cada año, gracias a Dios, vuelve.
3 comentarios:
Muy bonito
una hermosa historia
Una pregunta, a ver quien es tan amable de contestar:
¿Cuando accedéis a los comentarios, se os abre en una ventana aparte, como en casi todos los blog, o los leéis directamente en la misma página, con la imagen de la chica debajo?
Gracias.
Y gracias también por vuestros comentarios, siempre.
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