El había cerrado la puerta aquella misma tarde. Aquella puerta que una vez abrió para que ella saliese, con todas sus pertenencias. Fuera la esperaba un taxi. El habría matado, sí matado, asesinado, a aquel hombre del taxi con tal de que no la separase de su lado, pero eso nada hubiese cambiado el presente que ella había elegido.
No puedo seguir contigo -le dijo ella-. No puedo, estar contigo es un rollo, llegas de trabajar, y solo piensas en conectarte a Internet a ver esa mierda de foros de tecnología que parecen ser más importantes que todo lo demás. Luego, no te acuerdas de desconectar, pasas horas y horas delante de esa pantalla. Que para hablar contigo, tengo que conectar mi portátil para hablarte por el MSN. Pero es que a veces ni por esas hablo contigo, porque contigo no se puede hablar. Te hablo de como me ha ido el día y parece que mientras te hablo, estás pensando tú en lo que vas a decirme. Creo que nunca te enteras de lo que te cuento. Es más, creo que ya no te importa ni mi vida, ni esta relación. A ti solo te importa que la conexión de banda ancha no te falle, que haya comida en el frigorífico, y de vez en cuando echar un polvo. Y no, esto no es ninguna relación. Esto es una conveniencia. Si quieres esto, vete a compartir piso con dos o tres tíos que sean como tú. Seguro que así estarías más satisfecho, y yo seguro que más feliz. Lo siento nene, no, no me vengas con lagrimas, a mi eso no me ablanda. Me hubieses ablandado antes, cuando te esperaba metida en la cama, a la espera de escuchar el ruido de tu ordenador cuando deja de estar encendido. A la espera de verte aparecer en nuestra habitación, solo para que me abraces. Solo para sentir tus brazos rodeándome. Brazos que nunca llegaban. Brazos que dejé de sentir desde hace, mucho, mucho tiempo.
El recordaba esas palabras. Que le martilleaban la cabeza, su corazón, sus sentimientos. La primera noche que ella ya no estaba en casa, ya la echaba de menos. Porque antes el sabía que ella estaba allí, se sentía seguro, pero ella ya no estaba. Estaba solo en casa. Y por eso sentía un vacío profundo, que le quitaba las ganas de conectarse a Internet. De comer. E incluso de vivir.
Vuelve conmigo -le dice el, dejando un mensaje en su contestador-. Vuelve por favor. Te echo de menos. No te imaginas cuanto. He sido un tonto. No debí de haberte abandonado de esa manera. Siento, siento no haber visto antes mi error, no haberme dado cuenta antes. No te puedes imaginar cuan arrepentido esto de todo lo que no he hecho contigo. De todo lo que me perdido por mirar un pantalla durante horas.Vuelve, cariño, vuelve a casa.
Ella nunca escuchó ese mensaje. Ella nunca utilizaba el contestador de su teléfono móvil. Nunca escuchó esa mensaje lleno de sinceridad y de arrepentimiento.
El esperó durante una semana alguna contestación de ella. Pero no obtuvo más que silencio. Su casa se empezaba a convertir en una cárcel. Dejó de navegar por Internet, le cogió odio, manía. Dejó de comer, adelgazó 10 kg de golpe. Tenía mala cara. Y tenía muy pocas ganas de seguir viviendo. Se había dado cuenta de que ella era lo que más le importaba. Se había dado cuenta de su error. De que no hacían nada juntos. De que casi no se veían. Y de que ella, le había dado demasiado tiempo para que cambiase, y le había avisado muchas veces ya. Pero el quedaba sordo cuando escuchaba esas palabras, que ella le decía desde el marco de la puerta, apoyada. Recordaba esos: "te espero en la cama, cariño". El nunca acudía. Pasaba las noches encerrado en la misma habitación en la que ahora no quería entrar. Pero ya era tarde. Ella se había ido y no volvía.
Pasaron varios meses. Una tarde se encontraron acudiendo al cine, a ver una de las películas de un famoso Director, al que ambos admiraban. Era una de las pequeñas cosas que tenían en común, pero que nunca compartían. Nunca. Sin embargo esa tarde, en el cine, ninguno de los dos esperaba encontrarse. Y se encontraron:
Ella: Ey, pero si eres..... ¿qué tal?
El: Marta, mujer, dame dos besos.... ¿cómo estás?.
Ella: Yo, (baja la cabeza, siente algo de vergüenza), bien, bien...
El: al cine? no?.....la de...Taran??..
Ella: ¡Si......exacto...la de Quentin Tarantino!
El: Genial.....y vienes, estas.. sol..?
Ella: Sola, sí, sola, así nadie me quita las palomitas.....ni me interrumpe en mitad de la película para hacer preguntas.
Los dos rieron.
Caminaron hasta entrar en la sala de cine. Se sentaron juntos. Rieron, compartieron palomitas y cocacola. El la miraba en la oscuridad de la sala. Ella, sin que el se diese cuenta, lo miraba también. Lo notaba muy cambiado, aparte de demasiado delgado. Coincidieron en varias miradas, a las cuales solo pudieron sonreír. A la salida del cine, ella no sabía que decirle. El tampoco. Ella no quería ir a casa. El no quería ir a ningún sitio más sin ella. Ambos quedaron el la puerta del cine, mirándose sin saber que decir, hasta que el rompió el silencio y dijo: Hace frío, ¿te apetece tomar algo conmigo?. Ella aceptó encantada. Tomaron algo y terminaron cenando, en una cervecería, donde pasaron 5 horas, sentados, hablando y compartiendo miradas. Cosa que hacía tiempo, mucho tiempo, no hacían. Ella le contó como le iba la vida, el trabajo, como estaba su familia. El le contó más de lo mismo. Los dos mostraban un interés mutuo, el uno por el otro. Sintiendo cada palabra. Reviviendo cada frase. Y deseando que ese momento no se escapase nunca.
Pero todo se termina. Salieron de la cervecería. La hora de la despedida se acercaba.
¿Te coges el metro? -preguntó el-. Sí, supongo que tu llegas bien caminando -dijo ella-.
Se despedían, se separaban. Pero justo antes de decirse ese hasta luego, ese adiós.. el le dijo: Marta, tengo una pregunta que hacerte, puedes no contestar si quieres. Adelante, hazla -dijo ella-. El le preguntó : ¿Porque nunca contestaste al mensaje que te dejé en tu contestador?. Ella quedó muda. No sabía de que mensaje le hablaba. Ella le dijo que si no recordaba que nunca usaba el contestador. Claro, como el nunca le prestaba atención............
Yo también tengo algo que decirte -dijo ella-.
El abrió los ojos, como si así la fuese a escuchar mejor.
Y ella habló: Los primeros días de estar separados comencé a escribirte, en el foro al que eres asiduo, tu foro de tecnología, nunca me respondiste a ningún mensaje de los que dejé, por eso pensé que no me echabas de menos, es más, pensé que no querías saber nada de mi.Me retiré.
El quedó mudo. Ahora si que sobraban las palabras.
El quizá la abrazó, no lo sé. Ella quizá le besó. No lo sé tampoco.
Lo que pasó lo dejo a cargo de vuestra imaginación.
8 comentarios:
Es la historia de muchas vidas.
Mientras más formas de comunicarnos existen, más solos, a veces, nos sentimos...
Yo en estos casos me acuerdo del refrán de que "segundas partes nunca fueron buenas" o del fandango: Cigarro que se te apague
no lo vuelvas a encender;
al hombre que hayas querido
no lo vuelvas a querer
por muy bueno que haya sido...
Mi dulce pollito..
Por qué siempre tengo la sensación de que conozco tus labios como si hubieran sido míos..
Será porque todas las palabras que salen de ellos identifican una historia tal vez vivida.
Un beso princesa.
Mala :-)
el final lo tienes que poner tu!!!
:-)
Estoy segura de que volvieron juntos y todo les fué bien. Si eso no pasa en la ficción pues vaya mierda (con perdón) Bastante desamor hay en la realidad para que tb lo hagamos ficción.
¡Viva el amor! cohone!
Me acabo de dar cuenta de lo mucho que me gustan los finales tristes.
Pensaré sobre ello.
Dicen que las personas no cambian, y si cambian, parece que para peor.
Besos.
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