Aquella mujer me miraba, tras la barra. La barra que no era de aluminio, que no era de metal: que era de mármol, de ese que si lo tocas en invierno te hiela la mano y que si lo tocas en verano, te la quema.
Y no era aquella mujer, que detrás del café suspiraba, porque el Verano se terminaba, porque pronto llegaría el Invierno. No era porque su almohada le provocara el llanto por la noche. Ni porque la soledad, esa que nos tumba en el suelo tantas veces, le acechara.
Era que aquel año su vida cambiaría. Era que se había enamorado y el amor también nos produce frío algunas veces.
Aquel Verano existió. También existió ella. Ella existió por encima de todas las cosas.
También se traspasa una barra, igual que se traspasan los corazones.
Esa noche ella no durmió sola. Tampoco su almohada lloró. Y no fue la soledad quien intentara acecharla.
Esa noche se encontró consigo misma. Dejó de abrazar la almohada. Dejó de pensar en Veranos, en Inviernos.
Volvió al Bar, volvió a beber del café sólo que siempre dejaba enfriar mientras lo miraba y removía con mucho interés.
Ella no cruzó la barra. Se escondía tras un periódico, tras alguna grave noticia, tras el tiempo, o el horóscopo.
Entonces dicen que la luz brilla con ruido.
Lo dijo quien salió cerrando la puerta sin decir adiós.
Ella olvidó sus llaves en la barra del Bar. Nunca volvió a buscarlas.
Desde entonces el tiempo se detuvo. La luz dejó de hacer ruido. Nunca más el neón se encendió.
Aquel nombre dejo de llamarse. Y aquella voz nunca más volvió a pedir: "un sólo, por favor".
Café sólo
te contó
eigual
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