Estuve mucho tiempo enferma. Sufriendo una enfermedad que no podía contarle a nadie, en silencio. Sufriendo todo aquello yo sola. Mis ojeras formaban parte de mi vida cotidiana. La gente me decía: te vas pareciendo a tu padre (mientras miraban bajo mis ojos). Pero lo de las ojeras se lo callaban.
Estudiaba Administrativo. Casi no me relacionaba con gente. La gente me parecía superficial. Nunca me había encontrado con una persona que no fuese solamente una fachada. Por eso prefería estar sola. En mi mundo.
Cogí las clases nocturnas. Por la tarde-noche iba a clase, y de madrugada estudiaba. De día... de día dormía hasta muy tarde, comía y de nuevo al instituto. Una madrugada mi enfermedad se apoderó de mi, comencé a escribir con una máquina de escribir eléctrica. Esa madrugada y otras más las pasé con la puerta de mi habitación cerrada y tecleando sin parar. Cuando mis ojos no aguantaban más tiempo abiertos, cuando escuchaba a mi madre despertar a las 8 de la mañana, entonces, cuidadosamente me metía en la cama y dormía. Mi madre me peleaba, decía que pasaba los día sin hacer nada, que me metía en la cama a las tantas, que así no podía seguir.
Ella no sabía que yo estaba enferma. Enferma de cosas que contar, porque este mundo no me entendía, porque no tenía a mi alrededor gente con la que compartir historias. Porque mis únicos amigos eran los folios en blanco que madrugada tras madrugada iba rellenado con infinita ternura. Escribí la mejor historia, con un montón de faltas de ortografía. Algunas letras emborronadas a causa de las lagrimas que alguna madrugada derramé, a solas, en mi habitación.
Cuando terminé el instituto, y me saqué el título, me dí cuenta que había estado perdiendo el tiempo estudiando algo que no me gustaba. Dije en mi casa que quería estudiar bellas artes, que yo era una artista, que amaba el arte en todos los sentidos. Quería ir también a una escuela de escritura. Mi familia no me hizo caso. Eso no tiene salida -me dijeron-. Mis padres se separaron. Mi Madre quemó las fotos de su boda frente a casa, en ese momento rescaté mi historia, que la tenía guardada en una gran caja de cartón, esa que había escrito durante años en cada una de las madrugadas que pasé a solas, unos 500 folios. Y de 30 en 30 los fui quemando junto con las fotos de la vida de mi Madre.
Entonces, mientras miraba como ardía, me di cuenta que yo no tenía ninguna enfermedad, lo que yo tenía era un gran don.
Estudiaba Administrativo. Casi no me relacionaba con gente. La gente me parecía superficial. Nunca me había encontrado con una persona que no fuese solamente una fachada. Por eso prefería estar sola. En mi mundo.
Cogí las clases nocturnas. Por la tarde-noche iba a clase, y de madrugada estudiaba. De día... de día dormía hasta muy tarde, comía y de nuevo al instituto. Una madrugada mi enfermedad se apoderó de mi, comencé a escribir con una máquina de escribir eléctrica. Esa madrugada y otras más las pasé con la puerta de mi habitación cerrada y tecleando sin parar. Cuando mis ojos no aguantaban más tiempo abiertos, cuando escuchaba a mi madre despertar a las 8 de la mañana, entonces, cuidadosamente me metía en la cama y dormía. Mi madre me peleaba, decía que pasaba los día sin hacer nada, que me metía en la cama a las tantas, que así no podía seguir.
Ella no sabía que yo estaba enferma. Enferma de cosas que contar, porque este mundo no me entendía, porque no tenía a mi alrededor gente con la que compartir historias. Porque mis únicos amigos eran los folios en blanco que madrugada tras madrugada iba rellenado con infinita ternura. Escribí la mejor historia, con un montón de faltas de ortografía. Algunas letras emborronadas a causa de las lagrimas que alguna madrugada derramé, a solas, en mi habitación.
Cuando terminé el instituto, y me saqué el título, me dí cuenta que había estado perdiendo el tiempo estudiando algo que no me gustaba. Dije en mi casa que quería estudiar bellas artes, que yo era una artista, que amaba el arte en todos los sentidos. Quería ir también a una escuela de escritura. Mi familia no me hizo caso. Eso no tiene salida -me dijeron-. Mis padres se separaron. Mi Madre quemó las fotos de su boda frente a casa, en ese momento rescaté mi historia, que la tenía guardada en una gran caja de cartón, esa que había escrito durante años en cada una de las madrugadas que pasé a solas, unos 500 folios. Y de 30 en 30 los fui quemando junto con las fotos de la vida de mi Madre.
Entonces, mientras miraba como ardía, me di cuenta que yo no tenía ninguna enfermedad, lo que yo tenía era un gran don.
7 comentarios:
Eigual, me has emocionado, no sé si es verdad o si es ficción, pero no me importa...
Ese don, como tú has dicho era una enfermedad para el resto del mundo, una enfermedad, que para ellos no tiene cura, y un don que vivirá en ti...
Ten mucho cuidado de no desperdiciarlo...
bss
Esto es todo verdad.
Me gusta emocionar a las personas. Creo que cuando emocionas a alguien, consigues llegar donde poca gente llega, y eso, par ami, si que es un privilegio.
Nunca lo desperdiciaré.
Un saludo dulce pena...
Ahora, sabiendo que es verdad, he vuelto a reelerte... y se me ha cogido un nudo...
Hay tantas veces en las que necesitamos unas palabras de apoyo, o alguien con quién desahogarnos, pero, la mayoría no lo entiende... y las consecuencias pueden ser terribles...
Siento mucho que tuvieras que destruir tu novela, siento mucho todo lo que pasaste. Sé que por decirlo no arreglo nada, pero, hay algo mágico en ti, quizás sea ese don que haces que se tambaleen mis sentidos y mis sentimientos...
Saludos...
¿cual es ese don?
Maravilloso.
Cercano tu relato para mí. Hablas de sacar de tí para ser tú, de soledad y de incomprensión. De duelo para llegar a tí misma. Todo eso me suena. Muy bien contado tu relato. Sigue con tu don que lo tiene mucha menos gente de la que piensa.
Es cierto que las cosas tienen que pasar para darte cuenta del valor que tienen otras. En aquel entonces mi Madre quemó aquellas fotos y yo el que podía haber sido mi primer libro. A día de hoy mi Madre tiene nuevas fotos y yo escribo, y lo que me queda.
Gracias como siempre, a todos, por vuestros comentarios: dulce pena, Rodolfo, cleira y tambien a quien no comenta pero tienta o queda pensando.
Publicar un comentario