Aquella casa con moho

Aquella noche hacía mucho frío. Y solamente tenía un calefactor, que me ponía entre las piernas. Un calefactor al que abrazaba. Aquella casa me daba cierto respeto. Dormir sola, era todo un reto para mi. Miraba las paredes, blancas, y escuchaba como hablaban. Veía como se movían. Se movían las paredes. Esa casa olía a moho, te pusieras donde te pusieras. Aquel olor a moho se metía por tus fosas nasales hasta llenar tu cerebro de hongos de color verde.
Sabía que en aquella casa no estaba sola. Estaban los hongos conmigo. Pero aquella noche tenía miedo, y me pasé toda la noche al lado de la puerta, abrazada al calefactor con un cuchillo en una mano y el rodillo de amasar en la otra.
Con tres mantas por encima, y la luz de mi teléfono móvil, enfocando mi cara.
Si esa noche alguien hubiese entrado en aquella casa, creo que habría salido corriendo, al verme allí, bajo las mantas, abrazada a un calefactor, con aquellas dos armas de defensa en mis manos. Y aquella cara de pánico terrible.

Amanecí sobre una manta, en el suelo. En esa casa no entraba ni un rayo de luz. Por eso, creo, que la felicidad nunca se quedaba allí dentro. Sin luz, se vive en las tinieblas. Y la casa se hiela, y tu te terminas helando por dentro. Y tu vida, y tu amor, y tus sueños. Se congelan. Se quedan como yo, cerca de la puerta, con miedo. Como esperando a que venga alguien: a rescatarnos.
Cuando saque todas mis cosas de aquella casa, y quedó vacía. Dije adiós y me respondió un eco que si cierro los ojos aún escucho.
Recuerdo aquel olor. Ese olor que a veces no te dejaba dormir. Me pregunto como salí viva de aquella casa. Cuando el único lugar acogedor era la cocina, porque tenía una ventana, por la que entraba algo de luz, y si cocinabas, dejabas de oler durante un rato el moho. Y parecía que estabas en otro sitio diferente.
Fue por aquel entonces cuando comencé a hundirme en la miseria. En mi miseria. En la que yo había elegido.
Porque a veces no te elige ella a ti, sino que tu la eliges a ella.
Y tienes dos opciones, seguir allí, y convertirte tu también en moho, en escarcha, en soledad, debajo de una manta, al lado de la puerta, o salir por la puerta y no regresar jamás allí.
Aquello no era la felicidad. Sin embargo, cuando estás allí metida piensas que eso es lo que mereces, porque no hay nada mejor. Y piensas que tienes que ser feliz con lo que tienes. Y ahí está el error, el grave error.

2 comentarios:

Anónimo 22 de enero de 2008, 8:02  

Dios mío, cuánto me recuerdas a mi.

Echaba de menos entrar a leerte :_D

Luna Carmesi 22 de enero de 2008, 9:06  

Tal vez moho, o polvo... o mierda.
Llegan cruces en mi camino y los encuentro embarrados... no elijo hacia donde ir, me quedo alli, de pie primero, despues de rodillas, despues rebozandome en el barro de la tristeza...
Esperando la lluvia para ducharme y despojarme de ese barro.
Ahora eligire uno de los lados y me pondre a caminar...

eigual

Empecé a escribir este blog en una época bastante importante de mi vida. Aquí he escrito poemas y relatos. De la única forma que se. Hace poco me mude a www.escriboaqui.es con las mimas ganas de escribir que nunca. Con nuevos proyectos y sueños. Disfruta de todas las palabras que se quedaron aquí.