Me convenció para ir a su casa. Me mostró su coche aparcado justo en frente del restaurante:
-Yo siempre encuentro aparcamiento delante del sitio al que voy -me dijo sonriente-.
La miré, como quien mira a alguien que admira. Recuerdo que durante la cena no dejé de mirarla, ni tan siquiera cuando el camarero tomaba nota. No sé, eran sus formas, sus maneras, y aquella elegancia que tenía a la hora de hablar. Durante la cena me di cuenta de que me gustaba esa mujer. Me di cuenta de que no le quité ojo desde que me la presentaron, hasta en ese mismo instante en que ella me convencía para ir a su casa.
Pero había algo dentro de mi que me decía que no debía ir. A veces tengo presentimientos. Y muchos de ellos, son ciertos. Reímos sobre la suerte que tenía de encontrar aparcamiento tan cerca.Y la tentación de entrar a su coche creció, cuando ella me abrió la puerta, con esa elegancia que le caracterizaba y me dijo susurrando que entrase.
Y entré, y no me di cuenta de ello, hasta que estaba dentro. En el coche fuimos hablando de nosotras. Ella me decía que le había encantado conocerme y que esperaba compartir más momentos conmigo. Y yo temblaba, porque a cada palabra, esa mujer, me gustaba más y más.
Su soltura conduciendo era increíble. Con una mano el volante, y como el coche era de marchas automáticas, con la otra mano iba cambiando música. Mis ganas por llegar a casa incrementaban. Pensaba que podríamos ver alguna película, pues me iba contando que era adicta al cine y que tenía más de 300 Dvds. Iba imaginando que el primer beso podría ser viendo una película, en la escena más romántica. Y me derretía en el sillón del coche.
Cuando ella dijo: ya hemos llegado. Yo temblé.
Y más aún, cuando abriendo la puerta me dijo: yo en realidad te he traído aquí para enseñarte una cosa. Me imaginaba que esa cosa eran sus besos. Era ella, desnuda. Me cogió de la mano, y comencé a temblar, de nervios, de excitación, de yo que sé. De todo. De nada. De ella. Por ella.
Entonces me dijo señalando con el dedo que esa era la puerta del baño, por si quería ir. Y la otra era la puerta de su habitación. Agarró con su mano el tirador de la puerta, y mientras la abría me decía: lo que vas a ver es lo que voy a enseñarte, espero que te guste tanto como a mi.
Abrió de par en par, y los vi:
-Yo siempre encuentro aparcamiento delante del sitio al que voy -me dijo sonriente-.
La miré, como quien mira a alguien que admira. Recuerdo que durante la cena no dejé de mirarla, ni tan siquiera cuando el camarero tomaba nota. No sé, eran sus formas, sus maneras, y aquella elegancia que tenía a la hora de hablar. Durante la cena me di cuenta de que me gustaba esa mujer. Me di cuenta de que no le quité ojo desde que me la presentaron, hasta en ese mismo instante en que ella me convencía para ir a su casa.
Pero había algo dentro de mi que me decía que no debía ir. A veces tengo presentimientos. Y muchos de ellos, son ciertos. Reímos sobre la suerte que tenía de encontrar aparcamiento tan cerca.Y la tentación de entrar a su coche creció, cuando ella me abrió la puerta, con esa elegancia que le caracterizaba y me dijo susurrando que entrase.
Y entré, y no me di cuenta de ello, hasta que estaba dentro. En el coche fuimos hablando de nosotras. Ella me decía que le había encantado conocerme y que esperaba compartir más momentos conmigo. Y yo temblaba, porque a cada palabra, esa mujer, me gustaba más y más.
Su soltura conduciendo era increíble. Con una mano el volante, y como el coche era de marchas automáticas, con la otra mano iba cambiando música. Mis ganas por llegar a casa incrementaban. Pensaba que podríamos ver alguna película, pues me iba contando que era adicta al cine y que tenía más de 300 Dvds. Iba imaginando que el primer beso podría ser viendo una película, en la escena más romántica. Y me derretía en el sillón del coche.
Cuando ella dijo: ya hemos llegado. Yo temblé.
Y más aún, cuando abriendo la puerta me dijo: yo en realidad te he traído aquí para enseñarte una cosa. Me imaginaba que esa cosa eran sus besos. Era ella, desnuda. Me cogió de la mano, y comencé a temblar, de nervios, de excitación, de yo que sé. De todo. De nada. De ella. Por ella.
Entonces me dijo señalando con el dedo que esa era la puerta del baño, por si quería ir. Y la otra era la puerta de su habitación. Agarró con su mano el tirador de la puerta, y mientras la abría me decía: lo que vas a ver es lo que voy a enseñarte, espero que te guste tanto como a mi.
Abrió de par en par, y los vi:
5 comentarios:
Pero que bichos tan monos!!
jajaja
que sorpresa tan mas chistosa!
ya creia yo que te mostraria un cuarto lleno de fotografias tuyas y gente cercana a ti... jajaja
un beso!
=)
Alejandra.
Sí son bonitos.... pero, yo hubiera preferido otra cosa...
Bueno, espero que por lo menos te gustaran los hurones... y que después de ellos, pues hubiera habido algo más...
Bss guapa
Vaya forma más cruel de cortarle el rollo a la pobre protagonista XD.
Bueno, siempre se puede imaginar un final alternativo!
Un saludo ^^.
Amo a los hurones!! A mi me hubiese encantado. Cuando una persona muestra su amor por los animales de esa forma, tan orgullosa de ellos es q debe ser una persona muy humana.
Me a encantado.
Mua
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