Margarita ha muerto.
¿Que quién es Margarita?, pues es ni más ni menos que una mujer corriente, de unos 56 años, con toda una vida vivida y el resto de vida por vivir.
Cuando conocí a Margarita ella salía con Anacleto. Era un tipo sin oficio, que decía haber estado toda su vida trabajando pero no tenía nada: no tenía casa, no tenía coche, no tenía cotizado ni un sólo día a la seguridad social. Tenía hijos, o eso contaba; dos para ser más exactos. Pero por no tener, no tenía ni los números de teléfono de sus hijos, y si les preguntabas por ellos, no te sabía más que evadir las preguntas. Pero siempre recurría a ellos para rellenar conversaciones, con historias que iba inventando sobre la marcha. Se agarró como un clavo ardiendo a Margarita el día que la conoció y se enamoraron. Juntos recorrían todos los bares, porque los dos le daban a la bebida. Yo estaba tras la barra, y cada noche venían al Bar donde yo trabajaba. Se pedían dos cañas, les servía unas tapas y siempre protestaban por todo. Él se las daba de un hombre seguro y adinerado. Y ella parecía una reina. Pero el no era ningún hombre seguro y mucho menos, adinerado. Él, cuando Margarita se iba al baño, me decía que le dejase fiado todo lo que tomaran esa noche, que si ella preguntaba por la cuenta yo le tenía que decir, que Anacleto lo había pagado todo.
Yo le fiaba siempre, pero el tardaba mucho tiempo en pagarme la cuenta. Y cuando lo hacía era poquito a poco. Incluso me intentaba engañar, cuando me debía 40 euros decía que me debía 20 euros. Y yo le paraba los pies en ese mismo momento y le colocaba la libreta con las sumas frente a sus ojos.
No se la causa, pero un día, Margarita dejó a Anacleto. Él hombre se vio sólo, ya no tenía a su Margarita para pasear por los bares, por eso dejó de frecuentarlos. Ahora solamente pasaba por la ventana del Bar, y yo le saludaba con la mano, pero nunca volvió a entrar.
Al cabo de los meses, me volví a encontrar con Anacleto, que había comenzado a trabajar para mi Padre en uno de sus negocios dedicados a hostelería. Le daban alojamiento, comida y un trabajo. Allí triunfó, porque como siempre se daba de que sabía de todo, de ser un hombre con estudios, y de mundo, pues tenía siempre gente a su alrededor. Lo que pasa que este hombre lo que sabía usar muy bien era la labia, y las miradas. Pero nada más. Un día le descubrimos, cuando le dijo a mi hermana que le daría clases particulares de matemáticas, y todo para quedar bien delante de mi Padre ( su jefe ). Esa misma tarde mi hermana se acercó a mi, riéndose, y me contó que el hombre no sabía dividir, ni sabía lo que era una ecuación, y mucho menos resolver un problema. Que había tenido que ser ella quien le explicase las cosas a él. Las dos reímos.
A partir de ese día lo desenmascaré. Yo comencé a trabajar con él, ahora era mi compañero y empecé a conocer al verdadero Anacleto, y pude ver como este hombre iba cayendo lo más bajo posible que podía. Sólo pensaba en comer, y en quedar sentado y mandar a los demás. Lo más triste era ver que nunca era el mismo, siempre era una apariencia. El día que cayó enfermo se adelgazó 10 kg. Todos pensaban que se moriría. Pero no murió. Cuando se recuperó les contó a todos como era su vida. No tenía nada, ni siquiera el carnet de conducir, y entonces, muchos entendieron porque tuvo aquel choque con un coche que le prestó mi Padre una tarde. Sus hijos no querían verlo, porque siempre ha sido un Padre muy dejado. Mujeriego y vividor. Pobre hombre, no tenía más que lo que mi Padre y el negocio le aportaba. Y siempre, cada día, el se acordaba de su Margarita. ¿Dónde estará? se preguntaba a diario con las gafas empañadas.
Antes de morir vieron a Margarita con otro hombre, paseando del brazo. Los vecinos comentaban que ahora la vividora era ella y no él. Que se había buscado un hombre con dinero para no tener que pagar la bebida en los bares, ni la ropa cara, ni las joyas. Anacleto se sintió muy mal, y la misma noche que se enteró de la supuesta relación de Margarita con ese hombre, se lanzó escaleras abajo. Se pasó 5 meses, entre la pierna escayolada, las muletas y la rehabilitación correspondiente. Como no podía trabajar, secaba cubiertos sentado todo el día en una silla.Todos le cuidábamos. A todo el mundo le dijo que por la noche escuchó un ruido fuera, salió, y como todo estaba oscuro tropezó y calló por las escaleras. Pero esa no era la verdad, una tarde, creo que la última que pasé con el, me dijo que se había intentado quitar la vida, porque en realidad su vida era una mentira de la que ya, con 60 años, no podía salir. No podía dejar atrás.
Quise ayudarle (sin saber muy bien como) pero no me daba tiempo, yo me marchaba de la ciudad.
Me enteré de la muerte de Margarita hace tres días. No sé que habrá hecho Anacleto. No quiero pensar que se ha intentado quitar la vida de nuevo. Lo único que sé es que cuando la he recordado, cuando he intentado verla mentalmente, la he visto al lado de Anacleto, tomando unas cañas, en mi Bar. Entonces he querido hablar con Anacleto y decirle que no todo está perdido para volver a empezar. Que hoy mismo puede comenzar una nueva etapa. Que Margarita ya no puede hacer ni decir nada, pero él tiene lo más importante para comenzar a hacer cosas, o al menos intentarlo, el aún posee algo que ella no: vida.
¿Que quién es Margarita?, pues es ni más ni menos que una mujer corriente, de unos 56 años, con toda una vida vivida y el resto de vida por vivir.
Cuando conocí a Margarita ella salía con Anacleto. Era un tipo sin oficio, que decía haber estado toda su vida trabajando pero no tenía nada: no tenía casa, no tenía coche, no tenía cotizado ni un sólo día a la seguridad social. Tenía hijos, o eso contaba; dos para ser más exactos. Pero por no tener, no tenía ni los números de teléfono de sus hijos, y si les preguntabas por ellos, no te sabía más que evadir las preguntas. Pero siempre recurría a ellos para rellenar conversaciones, con historias que iba inventando sobre la marcha. Se agarró como un clavo ardiendo a Margarita el día que la conoció y se enamoraron. Juntos recorrían todos los bares, porque los dos le daban a la bebida. Yo estaba tras la barra, y cada noche venían al Bar donde yo trabajaba. Se pedían dos cañas, les servía unas tapas y siempre protestaban por todo. Él se las daba de un hombre seguro y adinerado. Y ella parecía una reina. Pero el no era ningún hombre seguro y mucho menos, adinerado. Él, cuando Margarita se iba al baño, me decía que le dejase fiado todo lo que tomaran esa noche, que si ella preguntaba por la cuenta yo le tenía que decir, que Anacleto lo había pagado todo.
Yo le fiaba siempre, pero el tardaba mucho tiempo en pagarme la cuenta. Y cuando lo hacía era poquito a poco. Incluso me intentaba engañar, cuando me debía 40 euros decía que me debía 20 euros. Y yo le paraba los pies en ese mismo momento y le colocaba la libreta con las sumas frente a sus ojos.
No se la causa, pero un día, Margarita dejó a Anacleto. Él hombre se vio sólo, ya no tenía a su Margarita para pasear por los bares, por eso dejó de frecuentarlos. Ahora solamente pasaba por la ventana del Bar, y yo le saludaba con la mano, pero nunca volvió a entrar.
Al cabo de los meses, me volví a encontrar con Anacleto, que había comenzado a trabajar para mi Padre en uno de sus negocios dedicados a hostelería. Le daban alojamiento, comida y un trabajo. Allí triunfó, porque como siempre se daba de que sabía de todo, de ser un hombre con estudios, y de mundo, pues tenía siempre gente a su alrededor. Lo que pasa que este hombre lo que sabía usar muy bien era la labia, y las miradas. Pero nada más. Un día le descubrimos, cuando le dijo a mi hermana que le daría clases particulares de matemáticas, y todo para quedar bien delante de mi Padre ( su jefe ). Esa misma tarde mi hermana se acercó a mi, riéndose, y me contó que el hombre no sabía dividir, ni sabía lo que era una ecuación, y mucho menos resolver un problema. Que había tenido que ser ella quien le explicase las cosas a él. Las dos reímos.
A partir de ese día lo desenmascaré. Yo comencé a trabajar con él, ahora era mi compañero y empecé a conocer al verdadero Anacleto, y pude ver como este hombre iba cayendo lo más bajo posible que podía. Sólo pensaba en comer, y en quedar sentado y mandar a los demás. Lo más triste era ver que nunca era el mismo, siempre era una apariencia. El día que cayó enfermo se adelgazó 10 kg. Todos pensaban que se moriría. Pero no murió. Cuando se recuperó les contó a todos como era su vida. No tenía nada, ni siquiera el carnet de conducir, y entonces, muchos entendieron porque tuvo aquel choque con un coche que le prestó mi Padre una tarde. Sus hijos no querían verlo, porque siempre ha sido un Padre muy dejado. Mujeriego y vividor. Pobre hombre, no tenía más que lo que mi Padre y el negocio le aportaba. Y siempre, cada día, el se acordaba de su Margarita. ¿Dónde estará? se preguntaba a diario con las gafas empañadas.
Antes de morir vieron a Margarita con otro hombre, paseando del brazo. Los vecinos comentaban que ahora la vividora era ella y no él. Que se había buscado un hombre con dinero para no tener que pagar la bebida en los bares, ni la ropa cara, ni las joyas. Anacleto se sintió muy mal, y la misma noche que se enteró de la supuesta relación de Margarita con ese hombre, se lanzó escaleras abajo. Se pasó 5 meses, entre la pierna escayolada, las muletas y la rehabilitación correspondiente. Como no podía trabajar, secaba cubiertos sentado todo el día en una silla.Todos le cuidábamos. A todo el mundo le dijo que por la noche escuchó un ruido fuera, salió, y como todo estaba oscuro tropezó y calló por las escaleras. Pero esa no era la verdad, una tarde, creo que la última que pasé con el, me dijo que se había intentado quitar la vida, porque en realidad su vida era una mentira de la que ya, con 60 años, no podía salir. No podía dejar atrás.
Quise ayudarle (sin saber muy bien como) pero no me daba tiempo, yo me marchaba de la ciudad.
Me enteré de la muerte de Margarita hace tres días. No sé que habrá hecho Anacleto. No quiero pensar que se ha intentado quitar la vida de nuevo. Lo único que sé es que cuando la he recordado, cuando he intentado verla mentalmente, la he visto al lado de Anacleto, tomando unas cañas, en mi Bar. Entonces he querido hablar con Anacleto y decirle que no todo está perdido para volver a empezar. Que hoy mismo puede comenzar una nueva etapa. Que Margarita ya no puede hacer ni decir nada, pero él tiene lo más importante para comenzar a hacer cosas, o al menos intentarlo, el aún posee algo que ella no: vida.
2 comentarios:
Es una pena ver cómo la vida atraviesa sin piedad a tantas personas. Pero sí, como decía McGiver, "mientras hay vida hay esperanza"
Lo siento por Margarita, y por Anacleto, pero no entiendo, ni entenderé, a la gente que se "crea" otras vidas, otros mundos en los que es todo cunánto siempre quiso ser, y luego no tiene nada....
Y no saben que, como dijo Tierra Santa, "Se pilla antes un mentiroso que un cojo sin correr".... pero, espero que disfrute de lo que le quede de vida...
Bss
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