Un relato corto que envie a un concurso que no gané

Despierta a las ocho de la mañana dispuesto a envolverse en la misma rutina de cada día. Una vez en la calle, la boca del metro le devora, arrancándole el sueño. Saca la T-mes de su bolso marrón y la introduce mecánicamente en la máquina que le transportará a las escaleras mecánicas que llevaran su cuerpo medio dormido hacía la línea de color azul. Es la línea del color de sus mañanas, de su presente y quién le da ese último empujón hasta el trabajo. Cuando terminan las escaleras, sus piernas comienzan a llevarle por inercia hacia el andén. Se coloca a medio metro del filo del andén, donde por fin despierta del todo, mezclado con el ruido y la gente. Se acerca el tren, frena, se abren las puertas, sale la gente, y él entra envuelto en empujones. Queda en medio del vagón, inmovilizado, por cuerpos desconocidos y miradas medio dormidas. Se sujeta a la barra de acero, y espera su parada mientras repasa las caras de la gente: caras tristes, caras felices, caras enamoradas, caras llenas de intriga, de despedidas pero sobre todo, caras llenas de sueño. Ama el metro, porque es quién le lleva y le trae del trabajo, y lo ama más aún cuando le trae de vuelta a casa. Cuando finaliza su jornada laboral camina hasta la boca del metro, saca de su bolso la T-mes, la mira: el mes termina y la T-mes también. Por eso se acerca a la máquina y por un módico precio consigue el transporte mensual. Camina hacía el andén, más despierto que de mañana. Con los sentidos más activos. Se sitúa, como siempre, al borde del andén, a esperar el tren, está ansioso por llegar a casa. Él siempre sube en el primer vagón. Quizá fue eso lo que hizo que la conociese a ella. Al entrar, una mujer, se coloca justo a su lado. Con su brazo pegado en el suyo, agarrados de la misma barra. Sus ojos, en esos momentos se detuvieron en los de ella. Y supo, en ese momento, que no quería que fuese la última vez se veían. Él no creía en los flechazos, pero esa tarde, ese pensamiento quedó lejos. Su parada se acercaba. Él pensaba que no bajaría hasta que lo hiciese ella. No dejaba de mirarla. Y ella no apartaba su brazo del suyo. Cuando la chica hizo un gesto para que la gente le abriese paso, para bajar, él se movió con ella, se colocó justo detrás. Pensaba bajar y decirle algo, lo que sea. No podía dejarla escapar, esto no le había pasado nunca. Solamente lo había visto en las películas. La chica bajó, no antes de mirarle a los ojos. Él, con la mirada que ella le dedicó se puso nervioso y la gente que bajaba y que subía le hicieron que se despistase, que perdiese de vista a la chica. Quedó solo en el andén, con la mirada pérdida y la ilusión rota. Supo que no la encontraría. Que no conocía de ella más que su rostro y su mirada. Que ella se convertiría en un recuerdo más. Al día siguiente, cuando terminó de trabajar se dirigió a su línea de metro. Cuando llegó al andén se sentó en el banco y vigiló las caras de la gente que iban subiendo y bajando del primer vagón. Deseó que aquella mujer hiciese lo mismo que él, cada día. Sólo de esa forma podría encontrarla. Pasó muchas horas sentado en ese banco, tenía la vista cansada, así que abandonó y se fue a casa. Al día siguiente decidió con su T- mes viajar por todas las líneas, por todos los colores, a ver si la veía. Él sabía que era casi imposible encontrarla pero no abandonaba. No la encontró. Se sentó, cansado, en el punto de partida, en el mismo banco, frente al mismo vagón que la conoció, el mismo que le llevaba a casa cada tarde. En ese momento notó que alguien le miraba, se giró, y la vio a ella. No era la chica que buscaba sin descanso. La chica le preguntó qué hacía sentado tanto tiempo que no se subía en ningún tren de los que pasaban. Él respondió que buscaba a alguien que sabía nunca encontraría. Ella le sonrió y le dijo que buscaba lo mismo. Él se llenó de asombro y se acercó a ella. Y allí, rodeados de trenes, y de gente, comenzaron una charla que les duró horas y horas. Se despidieron. Pero, que casualidad, que la tarde siguiente se volvieron a encontrar. Él le sonrió, y ella quedó enamorada de su sonrisa. Juntos subieron al metro que les llevó a su primera cena. El mismo metro que les vio encontrarse, conocerse y enamorarse. Y supo que aquella mujer que nunca encontró y que ya no deseaba encontrar, le había ayudado a encontrarse con la mujer que tanto tiempo había estado esperando. Ella en ocasiones le pregunta que a quién buscaba con tanta paciencia y tanto empeño. Él a veces le pregunta lo mismo. Y aprendió que no hacía falta buscar para encontrar, que al amor de tu vida lo puedes encontrar en cualquier sitio, a cualquier hora, y sin necesidad de buscarlo incesantemente. Ahora, cuando va en la línea azul sonríe recordando toda la historia. Y cuando la mira a los ojos a ella, se sabe feliz y afortunado de haber encontrado dentro de su rutina su destino, y lo más importante: el amor.

5 comentarios:

Anónimo 29 de junio de 2008, 20:35  

Lógico. Lo realmente preocupante hubiese sido que lo hubieses ganado.

Anónimo 29 de junio de 2008, 23:48  

Quizas no sea lo mismo.
Pero para mi has ganado, conmovedor.


^^

eigual 30 de junio de 2008, 22:04  

beltenebros: Una opinión más, que también se agradece. Un saludo.

farera: No es lo mismo, es más aún. Muchas gracias!!

Dejame que te cuente 1 de julio de 2008, 1:55  

pues muy mal hecho...
el no ganar quiero decir...
algun premio deberian de haberte dado..el relato esta genial..
un abrazo e...
:-)

Josemy 2 de julio de 2008, 10:24  

Si no ganaste, ¿ya que más da? Lo importante es que nos hans conmovido a todos, y seguro que al jurado también...

Es como tantas historias que otras veces deseé para mí, como el sueño que nunca se cumplió... pero, aún mucho mejor...

Muchos besos guapa

eigual

Empecé a escribir este blog en una época bastante importante de mi vida. Aquí he escrito poemas y relatos. De la única forma que se. Hace poco me mude a www.escriboaqui.es con las mimas ganas de escribir que nunca. Con nuevos proyectos y sueños. Disfruta de todas las palabras que se quedaron aquí.