Un relato corto que envie a un concurso que no gané

Despierta a las ocho de la mañana dispuesto a envolverse en la misma rutina de cada día. Una vez en la calle, la boca del metro le devora, arrancándole el sueño. Saca la T-mes de su bolso marrón y la introduce mecánicamente en la máquina que le transportará a las escaleras mecánicas que llevaran su cuerpo medio dormido hacía la línea de color azul. Es la línea del color de sus mañanas, de su presente y quién le da ese último empujón hasta el trabajo. Cuando terminan las escaleras, sus piernas comienzan a llevarle por inercia hacia el andén. Se coloca a medio metro del filo del andén, donde por fin despierta del todo, mezclado con el ruido y la gente. Se acerca el tren, frena, se abren las puertas, sale la gente, y él entra envuelto en empujones. Queda en medio del vagón, inmovilizado, por cuerpos desconocidos y miradas medio dormidas. Se sujeta a la barra de acero, y espera su parada mientras repasa las caras de la gente: caras tristes, caras felices, caras enamoradas, caras llenas de intriga, de despedidas pero sobre todo, caras llenas de sueño. Ama el metro, porque es quién le lleva y le trae del trabajo, y lo ama más aún cuando le trae de vuelta a casa. Cuando finaliza su jornada laboral camina hasta la boca del metro, saca de su bolso la T-mes, la mira: el mes termina y la T-mes también. Por eso se acerca a la máquina y por un módico precio consigue el transporte mensual. Camina hacía el andén, más despierto que de mañana. Con los sentidos más activos. Se sitúa, como siempre, al borde del andén, a esperar el tren, está ansioso por llegar a casa. Él siempre sube en el primer vagón. Quizá fue eso lo que hizo que la conociese a ella. Al entrar, una mujer, se coloca justo a su lado. Con su brazo pegado en el suyo, agarrados de la misma barra. Sus ojos, en esos momentos se detuvieron en los de ella. Y supo, en ese momento, que no quería que fuese la última vez se veían. Él no creía en los flechazos, pero esa tarde, ese pensamiento quedó lejos. Su parada se acercaba. Él pensaba que no bajaría hasta que lo hiciese ella. No dejaba de mirarla. Y ella no apartaba su brazo del suyo. Cuando la chica hizo un gesto para que la gente le abriese paso, para bajar, él se movió con ella, se colocó justo detrás. Pensaba bajar y decirle algo, lo que sea. No podía dejarla escapar, esto no le había pasado nunca. Solamente lo había visto en las películas. La chica bajó, no antes de mirarle a los ojos. Él, con la mirada que ella le dedicó se puso nervioso y la gente que bajaba y que subía le hicieron que se despistase, que perdiese de vista a la chica. Quedó solo en el andén, con la mirada pérdida y la ilusión rota. Supo que no la encontraría. Que no conocía de ella más que su rostro y su mirada. Que ella se convertiría en un recuerdo más. Al día siguiente, cuando terminó de trabajar se dirigió a su línea de metro. Cuando llegó al andén se sentó en el banco y vigiló las caras de la gente que iban subiendo y bajando del primer vagón. Deseó que aquella mujer hiciese lo mismo que él, cada día. Sólo de esa forma podría encontrarla. Pasó muchas horas sentado en ese banco, tenía la vista cansada, así que abandonó y se fue a casa. Al día siguiente decidió con su T- mes viajar por todas las líneas, por todos los colores, a ver si la veía. Él sabía que era casi imposible encontrarla pero no abandonaba. No la encontró. Se sentó, cansado, en el punto de partida, en el mismo banco, frente al mismo vagón que la conoció, el mismo que le llevaba a casa cada tarde. En ese momento notó que alguien le miraba, se giró, y la vio a ella. No era la chica que buscaba sin descanso. La chica le preguntó qué hacía sentado tanto tiempo que no se subía en ningún tren de los que pasaban. Él respondió que buscaba a alguien que sabía nunca encontraría. Ella le sonrió y le dijo que buscaba lo mismo. Él se llenó de asombro y se acercó a ella. Y allí, rodeados de trenes, y de gente, comenzaron una charla que les duró horas y horas. Se despidieron. Pero, que casualidad, que la tarde siguiente se volvieron a encontrar. Él le sonrió, y ella quedó enamorada de su sonrisa. Juntos subieron al metro que les llevó a su primera cena. El mismo metro que les vio encontrarse, conocerse y enamorarse. Y supo que aquella mujer que nunca encontró y que ya no deseaba encontrar, le había ayudado a encontrarse con la mujer que tanto tiempo había estado esperando. Ella en ocasiones le pregunta que a quién buscaba con tanta paciencia y tanto empeño. Él a veces le pregunta lo mismo. Y aprendió que no hacía falta buscar para encontrar, que al amor de tu vida lo puedes encontrar en cualquier sitio, a cualquier hora, y sin necesidad de buscarlo incesantemente. Ahora, cuando va en la línea azul sonríe recordando toda la historia. Y cuando la mira a los ojos a ella, se sabe feliz y afortunado de haber encontrado dentro de su rutina su destino, y lo más importante: el amor.

Orgullosos en el Orgullo Gay Barcelona 2008




Ha sido el primer Orgullo Gay al que voy. Siempre lo he visto por televisión y pensaba que algún día de estos tendría que ir a alguno. Y así ha sido. Allí estaba yo, con la cámara enfocando todo lo que mis ojos veían.
Mucha gente se manifestaba de una forma bastante original y colorida. Padres y Madres se unían a esta manifestación, orgullosos de sus hijos e hijas. Transexuales, bisexuales, gays y lesbianas, se dejaban ver hoy por las calles de Barcelona, dando la cara y gritando sobre la igualdad. Otros gritaban algo: "Rajoy plumera tu eres la primera".




Había gente de todo tipo:


También los había quienes vestían no solo su cuerpo, sino también su coche:



El orgullo ha sido tal cual lo he visto en la televisión, tal cual me lo habían contando. He de reconocer que esta experiencia me ha gustado. Que tampoco ha sido nada del otro mundo: un montón de gente que tiene una sexualidad diferente a la heterosexual, que salen de sus casas y se dejan ver. Ha sido divertido y como dije antes, muy colorido:


Quizá lo que mas me ha emocionado ha sido cuando la asociación de padres de gays y lesbianas, han pasado empujando varios carritos bebé, reflejando a muchos padres que apoyan la condición sexual de sus hijos. No sé, me he imaginado a mi madre en esa manifestación, dando también la cara por mi, y por gente con otra condición sexual diferente a la heterosexual.

La foto que más destaco es la de dos hombres que iban cogidos de la mano. Dos hombres que han posado para la prensa, y que posiblemente salgan en la portada de cualquier periódico mañana:

Ellos orgullosos han posado. Y yo me he sentido orgullosa en un día como este. Orgullosa de mi. Y de todos, de todas las personas que luchamos por nuestros derechos.

Feliz día del Orgullo Gay, porque aún no ha terminado.

La chica triste

Come a escondidas. Cada hora va al baño y se encierra unos cuantos minutos allí dentro. Cuando vuelve la miro, y no parece ella, está pálida y sus ojeras se van abriendo paso desde sus ojos hacía abajo. Parece que cada vez que va al baño se deje allí un trozo de vida.
Cada día más delgada. Cada día más pálida. ¿Qué te ocurre, te encuentras mal?. Siempre hay alguna excusa en voz baja: es la regla, el resfriado, estoy pachucha, ya se me pasará.
Pero nunca se te pasa, siempre tienes la misma cara triste, las mismas ojeras de otro color. Cada vez te veo más delgada, y me dices que te estás quedando sin ropa porque tienes dos tallas menos.
La gente me dice que no te pasa nada, que tú comes. Pero de qué sirve lo que comas si luego lo echas en la taza del wc.
Como quiero saber la verdad, cuando te levantas de tu silla, como cada día para acudir a tu cita con el baño: te sigo sin que me veas. Una vez en el baño te escucho. De tu garganta sale un ruido que provoca un vómito, me tapo la nariz, y la boca para no gritar tu nombre.
Cuando terminas te espero fuera. Y me entra miedo porque no sé que decirte.
Cuando sales y me ves allí de pie te quedas tres segundos frente a mi, y me sonríes.
Y sales del baño como si lo que hubieses hecho allí dentro, como si vomitar cada día, a cada hora, fuese lo más normal, como si lo hiciéramos todas las personas al ir al baño.

No sé como ayudarte, porque creo que antes necesito que me ayuden a mi. Necesito que alguien me hable de lo que he escuchado y he visto. Necesito asimilarlo para poder acercarme a ti y encontrar las palabras suficientes para hablarte. Mientras tanto me miras, como si ahora yo formase parte de ti y tu problema. Me miras y tus ojos me hablan, diciéndome: ahora tú sabes mi secreto.


(dedicado a una compañera que lo está pasando realmente mal, en silencio)

Hace calor y huele a verano

Estoy triste, hacia mucho tiempo que no sentía este tipo de tristeza.

Hoy me siento sola.

Ha sido un día lleno de trabajo, de agobios sin razón y esta extraña soledad.

Hoy me siento en el suelo caliente del balcón a escribir esto y siento aquellas ganas que sentí una vez de escapar lejos.

Y se lo achaco a la regla , o a que días como estos son buenos tenernos de vez en cuando.

Pero solo de vez en cuando.

En busca de la camiseta

Nada más llegar a Barcelona, una de las primeras cosas que hice fue buscar una tienda de la que me habían hablado, en la que tienen las cosas más impensables y frikis. Cosas que poca gente busca y que por lo tanto no se suelen encontrar en las tiendas habituales.

Llegué a aquella tienda, como un niño pequeño que llega por primera vez a una enorme tienda de juguetes. Un hombre se acercó a mi, y me preguntó que si me podía ayudar. Era el dependiente. Un hombre que bien podría confundirse con el chico de mantenimiento: pantalones vaqueros sucios, camisa corta de cuadros, y gorra para atrás.
Le expliqué lo que buscaba:

-Estoy buscando una camiseta que contenga trozos de canciones de Ismael Serrano -le dije sonriente-.

El chico me miró extrañado. Yo pensaba que me iba a decir que no sabía quien era Ismael Serrano (no sería la primera persona que me lo dice, ni la primera persona a la que regaño por no conocer a tan gran artista). Pero el chico comienza a tararear: "papa cuéntame otra vez... esa historia...". Era extraño y a la vez maravilloso ver a ese chico, con esas pintas, tarareando una de Ismael. Le miré sonriente todo el rato, hasta que me dijo: pues no... no tengo esa camiseta, no tengo ninguna camiseta con canciones de Ismael.
Pensaba que en este sitio tendrían mi ansiada camiseta, esa que pensaba que a alguien se le había tenido que ocurrir hacer.

-Oye, y ¿por qué quieres una camiseta con las letras de canciones del Serrano? -me preguntó encogiendo los hombros-.

-Pues es sencillo: quiero llevar sus canciones encima mía todo el día. Quiero que la gente cada vez que me mire lea una de esas frases. Creo que es una forma fácil de abrir el corazón de algunas personas, de sacar alguna sonrisa, o la oportunidad perfecta de que alguien te pregunte ¿y esas frases que llevas escritas, de quien son, son tuyas? y yo poder contestarle: ¿pero no conoces a Ismael Serrano?. Mañana te traigo uno de sus Cd's para que lo escuches. A partir de ahí cualquier persona que escuche a Ismael es capaz de enamorarse de su música, de sus canciones. Es posible que en sus letras encuentre algo que encontré yo la primera vez que las escuché. Puede ser maravilloso tener una camiseta como esa, ¿no crees? -le dije-.

-Pues sí... es una idea magnifica, no entiendo aún como nadie ha hecho una camiseta de esas....

Me despedí del chico, no sin antes haberle dado las gracias por dedicarme parte de su tiempo.
Cuando salí de la tienda, pegué un bote en medio de la acera. ¡Claro! ¿cómo no lo había pensado antes?. Yo podía hacerme esa camiseta, no tenía porque comprarla. Podía hacerla yo, y lo mejor: con las letras de canciones que yo quisiera. Por eso, desvié mi rumbo, compré una camiseta de color negro, pintura textil, y esa misma tarde me puse manos a la obra.

Y así es como está quedando (aún no está terminada):



















Dibujada completamente a mano alzada.

Si tu también quieres una de estas, no busques en las tiendas frikis, no hay.

Nunca nos conocimos

Me contaron que eras un buen hombre, que te gustaba beber vino dulce por las tardes. Que leías el periódico. Que todo el dinero que ganabas lo traías a casa. Me contaron que te gustaba escribir. Que escribías por las noches poemas que luego rompías. Me hubiese gustado leer algo tuyo, me gustaría saber sobre que escribías: si escribías al amor, a la esperanza, a las guerras, a la libertad, a tu mujer e hijos, a quién. Me dijeron que eras un hombre solitario, que te escondías tras un libro y no te dejabas ver. Me hubiese gustado estar contigo tan sólo un día. Me gustaría haberte conocido en persona. Solo tengo una foto tuya y se ve borrosa. En ella me pareces un hombre soñador, un hombre lleno sueños y de cosas por contar. Un día le pregunté a la Abuela que si ella guardaba algo escrito por ti y me dijo que no tenía absolutamente nada, que a ella le costaba mucho leer. Le pregunté por ese libro que me dijeron leías a menudo, y de él, el día que te fuiste no se supo nada. Ojalá pudiese tener el título, como mínimo, para buscarlo.

Que hoy cambiaría cualquier instante de mi vida por estar en tu regazo y que me leyeras en voz alta cualquier cosa escrita por ti. Que pena no haberte tenido a mi lado Abuelo. Que pena tener cero recuerdos de ti.
Que pena que no nos hayamos conocido.
Sin embargo, hoy, te escribo. Y escribo. Se que te hubiese gustado saberlo.

Grata sorpresa

Me convenció para ir a su casa. Me mostró su coche aparcado justo en frente del restaurante:

-Yo siempre encuentro aparcamiento delante del sitio al que voy -me dijo sonriente-.

La miré, como quien mira a alguien que admira. Recuerdo que durante la cena no dejé de mirarla, ni tan siquiera cuando el camarero tomaba nota. No sé, eran sus formas, sus maneras, y aquella elegancia que tenía a la hora de hablar. Durante la cena me di cuenta de que me gustaba esa mujer. Me di cuenta de que no le quité ojo desde que me la presentaron, hasta en ese mismo instante en que ella me convencía para ir a su casa.
Pero había algo dentro de mi que me decía que no debía ir. A veces tengo presentimientos. Y muchos de ellos, son ciertos. Reímos sobre la suerte que tenía de encontrar aparcamiento tan cerca.Y la tentación de entrar a su coche creció, cuando ella me abrió la puerta, con esa elegancia que le caracterizaba y me dijo susurrando que entrase.
Y entré, y no me di cuenta de ello, hasta que estaba dentro. En el coche fuimos hablando de nosotras. Ella me decía que le había encantado conocerme y que esperaba compartir más momentos conmigo. Y yo temblaba, porque a cada palabra, esa mujer, me gustaba más y más.
Su soltura conduciendo era increíble. Con una mano el volante, y como el coche era de marchas automáticas, con la otra mano iba cambiando música. Mis ganas por llegar a casa incrementaban. Pensaba que podríamos ver alguna película, pues me iba contando que era adicta al cine y que tenía más de 300 Dvds. Iba imaginando que el primer beso podría ser viendo una película, en la escena más romántica. Y me derretía en el sillón del coche.
Cuando ella dijo: ya hemos llegado. Yo temblé.
Y más aún, cuando abriendo la puerta me dijo: yo en realidad te he traído aquí para enseñarte una cosa. Me imaginaba que esa cosa eran sus besos. Era ella, desnuda. Me cogió de la mano, y comencé a temblar, de nervios, de excitación, de yo que sé. De todo. De nada. De ella. Por ella.

Entonces me dijo señalando con el dedo que esa era la puerta del baño, por si quería ir. Y la otra era la puerta de su habitación. Agarró con su mano el tirador de la puerta, y mientras la abría me decía: lo que vas a ver es lo que voy a enseñarte, espero que te guste tanto como a mi.

Abrió de par en par, y los vi:


Será

Hace años escuché esta canción por primera vez, y la hice mía. La canción describía perfectamente mi estado de ánimo, mi vida en esos momentos podría haberse resumido en esa canción. Con ella, aunque a nadie le pueda llegar a interesar esto: he llorado, he paseado por el parque García Lorca, he abrazado a mi única compañera de cama, la almohada, he cantado esta canción con el corazón tan encogido como yo, cuando me escondía en el rincón más perdido de casa y deseaba una huida a otra ciudad desconocida.


Será

Será que el último verano se escapó en otro metro,
que en este vagón no sale el sol,
que ayer no llamaste por teléfono.

Será que es temprano y no quiero ir al trabajo,
será que tu olor nunca llega hasta aquí abajo
,
serán tus retrasos.

Será que este contrato temporal no entiende
de tardes de cine
ni de amaneceres.

Será que hace frio y me duelen las rodillas y los alquileres,
será que aún no vives conmigo,
los gritos de padre como alfileres.

Será la ETT, que cierra mis puños, que deja mis sienes
repletas de nubes, neveras vacías, horarios de trenes.

Será que el reloj me duele.

Será por eso que esta alma cansada te echa de menos. Llega mi parada.

Ismael Serrano.


Por eso me gusta gastar mi tiempo libre en escucharle. Él siempre ha sabido acompañarme en mis lágrimas, tristezas y alegrías. Es el único hombre que nunca me ha fallado. Nunca.

Aunque en mi tiempo libre también me gusta hacer otras cosas:



(Miniatura de Ismael Serrano, confeccionado con pasta "fimo")

Pequeños recuerdos importantes

Mamá cocinaba al otro lado de la casa. Cada vez que lo hacía la casa se llenaba de olores que te atrapaban y no te dejaban escapatoria.

Mirar a mi Madre es traer a mi el recuerdo de aquel sabor tan rico de croquetas caseras, es recordar esas natillas con galletas maría al fondo, tan buenas... Esos flanes caseros, de huevo, que duraban en el frigorífico lo que un beso de mi madre dentro de su boca.
Mamá cocinaba para todos y nunca pedía nada a cambio. Cuando entraba en la cocina, todos abandonábamos nuestras habitaciones, apagábamos la Tv y huíamos con ella.
Recuerdo aquellos huevos cocidos. Fíjate tú que tontería: huevos cocidos. Pero que buenos sabían si mamá rompía la cáscara y te mojaba un poquito de pan, para empezar. Comerse un huevo se convertía en la mejor manera de terminar el día.

El otro día, mientras cocía un huevo lloré. Que tontería, también, ¿verdad?.
Cuando saqué el huevo del agua me asaltó una duda: ¿habría quedado el huevo tan bueno como los que cocía mi madre?. Saldría de dudas si lo cascaba y miraba dentro, y así lo hice. El huevo había quedado perfecto. Estaba líquido. Le eché un poquito de sal, cogí un poco de pan, lo mojé y lo llevé a mi boca. Mientras me comía el pan mojando en el huevo me sorprendí, porque las lagrimas se habrían paso hacía mi cuello. Entonces cerré los ojos, respiré hondo, y llamé a mi madre por teléfono: ¿Mamá... cómo hacías esas croquetas caseras........?

La despedida de Margarita

Margarita ha muerto.

¿Que quién es Margarita?, pues es ni más ni menos que una mujer corriente, de unos 56 años, con toda una vida vivida y el resto de vida por vivir.
Cuando conocí a Margarita ella salía con Anacleto. Era un tipo sin oficio, que decía haber estado toda su vida trabajando pero no tenía nada: no tenía casa, no tenía coche, no tenía cotizado ni un sólo día a la seguridad social. Tenía hijos, o eso contaba; dos para ser más exactos. Pero por no tener, no tenía ni los números de teléfono de sus hijos, y si les preguntabas por ellos, no te sabía más que evadir las preguntas. Pero siempre recurría a ellos para rellenar conversaciones, con historias que iba inventando sobre la marcha. Se agarró como un clavo ardiendo a Margarita el día que la conoció y se enamoraron. Juntos recorrían todos los bares, porque los dos le daban a la bebida. Yo estaba tras la barra, y cada noche venían al Bar donde yo trabajaba. Se pedían dos cañas, les servía unas tapas y siempre protestaban por todo. Él se las daba de un hombre seguro y adinerado. Y ella parecía una reina. Pero el no era ningún hombre seguro y mucho menos, adinerado. Él, cuando Margarita se iba al baño, me decía que le dejase fiado todo lo que tomaran esa noche, que si ella preguntaba por la cuenta yo le tenía que decir, que Anacleto lo había pagado todo.
Yo le fiaba siempre, pero el tardaba mucho tiempo en pagarme la cuenta. Y cuando lo hacía era poquito a poco. Incluso me intentaba engañar, cuando me debía 40 euros decía que me debía 20 euros. Y yo le paraba los pies en ese mismo momento y le colocaba la libreta con las sumas frente a sus ojos.
No se la causa, pero un día, Margarita dejó a Anacleto. Él hombre se vio sólo, ya no tenía a su Margarita para pasear por los bares, por eso dejó de frecuentarlos. Ahora solamente pasaba por la ventana del Bar, y yo le saludaba con la mano, pero nunca volvió a entrar.
Al cabo de los meses, me volví a encontrar con Anacleto, que había comenzado a trabajar para mi Padre en uno de sus negocios dedicados a hostelería. Le daban alojamiento, comida y un trabajo. Allí triunfó, porque como siempre se daba de que sabía de todo, de ser un hombre con estudios, y de mundo, pues tenía siempre gente a su alrededor. Lo que pasa que este hombre lo que sabía usar muy bien era la labia, y las miradas. Pero nada más. Un día le descubrimos, cuando le dijo a mi hermana que le daría clases particulares de matemáticas, y todo para quedar bien delante de mi Padre ( su jefe ). Esa misma tarde mi hermana se acercó a mi, riéndose, y me contó que el hombre no sabía dividir, ni sabía lo que era una ecuación, y mucho menos resolver un problema. Que había tenido que ser ella quien le explicase las cosas a él. Las dos reímos.
A partir de ese día lo desenmascaré. Yo comencé a trabajar con él, ahora era mi compañero y empecé a conocer al verdadero Anacleto, y pude ver como este hombre iba cayendo lo más bajo posible que podía. Sólo pensaba en comer, y en quedar sentado y mandar a los demás. Lo más triste era ver que nunca era el mismo, siempre era una apariencia. El día que cayó enfermo se adelgazó 10 kg. Todos pensaban que se moriría. Pero no murió. Cuando se recuperó les contó a todos como era su vida. No tenía nada, ni siquiera el carnet de conducir, y entonces, muchos entendieron porque tuvo aquel choque con un coche que le prestó mi Padre una tarde. Sus hijos no querían verlo, porque siempre ha sido un Padre muy dejado. Mujeriego y vividor. Pobre hombre, no tenía más que lo que mi Padre y el negocio le aportaba. Y siempre, cada día, el se acordaba de su Margarita. ¿Dónde estará? se preguntaba a diario con las gafas empañadas.

Antes de morir vieron a Margarita con otro hombre, paseando del brazo. Los vecinos comentaban que ahora la vividora era ella y no él. Que se había buscado un hombre con dinero para no tener que pagar la bebida en los bares, ni la ropa cara, ni las joyas. Anacleto se sintió muy mal, y la misma noche que se enteró de la supuesta relación de Margarita con ese hombre, se lanzó escaleras abajo. Se pasó 5 meses, entre la pierna escayolada, las muletas y la rehabilitación correspondiente. Como no podía trabajar, secaba cubiertos sentado todo el día en una silla.Todos le cuidábamos. A todo el mundo le dijo que por la noche escuchó un ruido fuera, salió, y como todo estaba oscuro tropezó y calló por las escaleras. Pero esa no era la verdad, una tarde, creo que la última que pasé con el, me dijo que se había intentado quitar la vida, porque en realidad su vida era una mentira de la que ya, con 60 años, no podía salir. No podía dejar atrás.
Quise ayudarle (sin saber muy bien como) pero no me daba tiempo, yo me marchaba de la ciudad.

Me enteré de la muerte de Margarita hace tres días. No sé que habrá hecho Anacleto. No quiero pensar que se ha intentado quitar la vida de nuevo. Lo único que sé es que cuando la he recordado, cuando he intentado verla mentalmente, la he visto al lado de Anacleto, tomando unas cañas, en mi Bar. Entonces he querido hablar con Anacleto y decirle que no todo está perdido para volver a empezar. Que hoy mismo puede comenzar una nueva etapa. Que Margarita ya no puede hacer ni decir nada, pero él tiene lo más importante para comenzar a hacer cosas, o al menos intentarlo, el aún posee algo que ella no: vida.

Sin título

Llegué a tu casa. Llame a tu puerta. Pero no estabas. Me dijeron que te habías mudado. Que ya no vivías allí. Pregunté si habías dejado alguna nota para mi, pero me dijeron que lo único que habías dejado era la luz y el agua impagada. Triste, salí de aquel frío portal, que parecía una cárcel sin rejas. No sabía por donde comenzar a buscarte, sin embargo, sabía que tenía que encontrarte.
Mientras caminaba iba recordando nuestros días, tiradas sobre la hierba verde. Tu me tomaste una foto en blanco y negro y me decías una y otra vez lo guapa que estaba. Y yo te miraba, cogía tu mano, planeaba una huida contigo.

Y fue sobre aquel trozo de cemento, rodeadas de música y una noche estrellada, que nos dimos cuenta que nuestros sueños no eran los mismos. Nos vimos varias veces más. Tu lloraste las dos últimas citas, y me rogabas que me quedase a tu lado. Yo trituraba las palabras para poder tragarlas, envueltas en mis lagrimas, porque no entendía el presente ni el futuro.
Y sin entender me despedí de ti. Nos veremos, te dije, y te mentí.

Años mas tarde voy a buscarte. Y tú no estás.
Fui a buscarte al parque de hierba verde, al trozo de cemento de piedra, por si habías pensado como yo, y me esperabas allí. Pero no estabas. Nuestros sueños seguían siendo diferentes. Y tú aunque nunca me habías esperado, dejaste de esperarme para siempre, o no. Me apoyé sobre el frío cemento, y me pareció verte, desde lejos, leyendo el periódico, con tus gafas de sol sobre la hierba verde.
No te dije nada, y me alejé de allí una vez más. Para siempre.

Nunca digas; nunca

De forma misteriosa, hoy mi jefa se a acercado a mi. Y tras felicitarme por mi trabajo me ha hecho el contrato de "indefinida". Cosa que esperaba desde hace unos días, y andaba entre el "si me hará y no me hará". Lo que me ha llevado a padecer un fuerte dolor en el estómago, que aún sigue ahí. Y a llenar la despensa de cajas de tila, por lo que pueda pasar.
El caso es, que no la esperaba. Se ha acercado a mi por la espalda, y con muy buenas palabras, tras felicitarme, me a entregado el contrato para leer y firmar.

¿Sabes? -he querido decirle- yo pensaba que esto le pasaba a otra gente: a conocidos, y amigos. Que esto no me podía pasar a mi. Yo siempre he sido una camarera, que he trabajado más horas que un reloj. Yo solamente estaba tras la barra, soñando, sí, soñando con un trabajo como el que tengo hoy. Y viviendo historias, y escribiendo otras mentalmente, que a día de hoy me aportan mucho, a la hora de ponerme a escribir. Yo era una incrédula, yo no creía que un trabajo como el que hoy tengo y en las condiciones que lo tengo, pudiese, a día de hoy, ser mío.
Se lo digo a mi pareja y se alegra mucho.
Se lo digo a mis amigos y me felicitan.
Se lo digo a mi madre y me dice: sí, pero está en Barcelona.
Me lo digo a mi misma, para terminar de creerlo, y me pongo a llorar como una imbécil.

Ayer escribí el peor post de mi vida. El más horrible.

Hoy, he conseguido cumplir un sueño más. Parece que la estabilidad va llegando a mi vida.
Bienvenida.

Todos queremos caer bien al jefe

Hay mucha gente que se deprime si no cae bien a su jefe. Si no consigue que su jefe le trate bien. Este tipo de gente es feliz en su trabajo solamente si notan que es el favorito en su puesto de trabajo, si su jefe reconoce ante sus compañeros su trabajo, si hace público ante todos que desempeña su función lo mejor que sabe. A este tipo de persona lo peor que le puede pasar es no caer bien, que su jefe le tome manía, y no desde el primer día, sino un día cualquiera. A partir de ahí comienza un sin vivir en el trabajo. Y lo mejor que le puede pasar es caer bien. Entonces le importará un pepino que sueldo cobra cada mes, cuantas vacaciones tiene al año, o si le las pagas extras llegarán o no. Lo único que hará esta persona es trabajar y trabajar, sin parar, sin descanso, para obtener esa sonrisa del jefe, esa atención que para él es vital para seguir trabajando feliz y sin ningún tipo malestar.

Luego están ese tipo de gente que odian al jefe, que suponen que les tienen manía, pero en realidad cuando el jefe les felicita por el trabajo, o por cualquier otra cosa, caen rendidos a sus pies. Y a partir de ese día el jefe pasa a formar parte de su vida, como en el primer párrafo.

También están esas personas que pasan del jefe. Que no intentan caer bien o mal. Que no desean su atención como único fin. Personas que se limitan a trabajar y trabajar bien. Nada más.

Pero a todos ellos, incluso a mi, nos jode, que el jefe siempre preste atención a ese "favorito" que siempre será votado por el público, y nunca nominado por Risto. A todos nos jode que nunca nos sonría a nosotros, que siempre sea a él (al favorito). Porque en realidad, a todos nos gusta que un día el jefe se acerque y nos felicite por nuestro trabajo. Que no vale solamente con saber que estás haciendo bien tu trabajo, que alguna vez hace falta que te lo digan. Pero que te lo digan bien.

El vacío que no se ve

Un hombre camina a mi lado dentro de un supermercado. El hombre se detiene frente a unas estanterías vacías. Me quedo mirando su rostro. Parece triste y cansado.
La gente busca de forma desesperada comida. Ese hombre y yo miramos los estantes vacíos, como si nuestra vida dependiera de mirar o no hacía aquel vacío.

El hombre, por fin, rompe el silencio:
"estos estantes no están mucho más vacíos que yo.
Sin embargo, la gente no se da cuenta del vacío interior que me absorbe cada día, un poco más. No se hacia donde me llevará esta situación".

Le sugerí al hombre sacarle una foto con el móvil, y colgarla en mi blog, para acompañar este post. Me gustaría que le hubieseis visto: era muy atractivo y parecía poseer el solo, toda la tristeza de personas, que como él, caminaban por el supermercado en busca de comida.

"No quiero que me tomes ninguna foto. Si quieres exponer mi vacío, solamente tienes que tomar una foto a estos estantes". Quise acompañarle hasta la salida, pero me dijo que estaba acompañado e hizo un gesto señalando a una mujer que estaba al final de pasillo y que empujaba un carro de la compra con una niña de unos 2 años de edad, dentro. Quise pensar que me equivocaba, que esa no era su mujer, que no era su hija. Pero la niña le llamó papá, la mujer le llamó varias veces "cariño, nos vamos, está todo vacío". ¿Pero no estabas sólo? -le pregunté antes de que marchase-.
Hay muchas formas de sentirse sólo, de sentirse vacío - me dijo, mientras le perdía de vista para siempre-.

Rozando lo imperdonable

Debajo de casa hay una asociación de vecinos del barrio. Cada vez que paso por delante de las puertas de cristal veo papeles anunciando cursos, entre otras cosas. Casi siempre me detengo a leerlos. Pero hoy me he quedado de piedra al ver el cartel, que he fotografiado (con poca calidad, la verdad) para que todos vosotros veáis de qué manera piensa alguna gente:

Os lo traduzco: "Taller de electricidad para mujeres y lesbianas".
Sí, como leéis. Tal cual. He quedado pensando en este cartel. Pensando que las lesbianas, para ellos, no somos mujeres, porque nos separan: mujeres y lesbianas. Así, sin más. Creo que ese cartel hubiese quedado mejor sin el i Lesbianas (y lesbianas). Porque ser lesbiana no implica dejar de ser mujer, al contrario.

Mañana les dejaré un pos it pegado al cartel, para que ellos mismos lo lean, e incluso cualquier persona que se detenga a mirarlo como hice yo. Aún no se que les diré. Pero seguramente les diga algo con mucha educación y bastante razonamiento.

En fin.

¿El desamor deja secuelas?


Te has enamorado y te han dejado. Te han dicho que ya no te quieren igual, que el amor se ha terminado. Te han cambiado por otra persona, que piensas, debe de ser mejor que tú. Y no hay marcha atrás. Ella hará sus maletas y saldrá por la puerta. Se llevará parte de la casa, y parte de ti. Tu sigues enamorada, pero eso no basta. Y dará igual que le llenes el pasillo de pétalos de rosa: ella se irá de la misma forma, pero dejando el rastro de su despedida por el suelo.
Y luego la eterna pregunta: ¿quién lo pasa peor? ¿quien deja o quien es dejado?. Es relativo. Ambas partes lo pasa mal. Aunque siempre hay excepciones: Si ella te deja por otra persona, está claro que tu quedas más jodida que ella. Porque a ella (como dice la canción de Ismael Serrano): alguien la esperará en la esquina. Pero a ti, a ti no te espera nadie. A ti lo único que te espera es la lucha por dejar atrás un sentimiento, un amor. Y os aseguro que es duro, muy duro.

Despojarte de un sentimiento de amor es muy difícil, pero se termina consiguiendo. Al principio cuesta mucho, y te invade durante todo el día una extraña sensación, como si te faltase algo. Como cuando haces las maletas para irte de viaje, y desde que sales por la puerta piensas que te dejas algo importante, pero que no sabes qué es. Y te falta algo todo el rato, y le das vueltas a la cabeza, sin hallar esa falta. Lo que pasa que eso no es nada comparado con la falta que te produce ese ser que amas y ya no está. Esa sensación es una mierda, así, literalmente: es mirar el teléfono deseando que suene y sea ella. Es desear una y otra vez que te eche de menos y vuelva a ti. Es intentar echarla un poco menos "de menos" cada día. Es hundirte porque no lo consigues. Es llorar a solas, y que tus familiares, amigos y compañeros de trabajo te pregunten qué te pasa y contestar que es la alergia, que te afecta demasiado.

Desde luego cuando te dejan, siempre es por algo:
Porque ella se ha enamorado de otra persona, porque ya se ha cansado de ti y de la vida que lleva contigo. Porque no siente lo mismo por ti, y de esto tiene "la culpa" ella por conocer a otra persona y llenarse de dudas. O mira, sin más, porque ya no te quiere igual. El amor también se termina. Pero joder, si se termina y te dejan que no sea por otra, que duele mucho pensar que te han cambiado, que te han engañado.
Que los conocidos te pregunten ¿por qué ya no estás con ella?, y te joda tener que contestar que lo habéis dejado, cuando en realidad tu no querías dejarlo, pero tampoco quieres decirles que ella te ha dejado por otra persona. Que te ha mentido. Que has estado ciegamente enamorada.

El desamor claro que te deja secuelas. Te marca de por vida, igual que el amor. Nos marca tanto nuestro primer gran amor, como nuestro primer gran desamor. Estos dos nunca los olvidaremos. Los mantendremos en nuestra memoria por el resto de nuestra vida. Porque al fin y al cabo tu también has dejado a alguien en algún momento de tu vida. Y ahora me voy y te dejo pensando en tu ex, y puede que a tu ex también la deje pensando en ti .

Tengo un virus

Qué te pregunten un día: ¿cual es el recuerdo más doloroso que te dejó una -ex? y contestar: un herpes. Puede parecer una broma, ridículo e incluso imposible.

Pero sí. Fue mi primer gran amor. La persona que más quise y probablemente la persona que me dejó una secuela de la que no podré deshacerme en la vida: el hermoso virus del herpes.
Cuando la conocí me habló de su problema. Tenía un herpes que de vez en cuando le hacía la vida imposible. Me dijo que se contagiaba, sobre todo cuando el herpes tenía forma de ampolla. Pero a mi me daba igual. Quiero decir, que a mi me daba igual darle un beso en los labios con herpes, y más aún cuando nos veíamos de mes en mes. Creo que fue de esta forma cómo pasé a contraer el virus. Ella me lo contagió. Y ni ella ni yo tuvimos la culpa. Podría haberlo tenido sin conocerla a ella. Incluso puede que yo esté mintiendo sin quererlo, es decir, que ella no me traspasó ese virus que ahora me condena mes tras mes a llevar los labios decorados con una ampolla horrorosa que me causa un malestar increíble. Pero todo apunta a que sí.

Hoy cuando he despertado me he llevado la mano a la parte superior izquierda del labio (llevo así desde que conocí a mi ex, mes tras mes). Sabes que es un herpes porque si te tocas la zona sientes un pequeño quemazón. Y lo confirmas cuando te miras en el espejo y ves una ampolla. Yo hoy, al mirarme en el espejo he visto en la ampolla el nombre de mi ex. Cuando te sale un herpes sueles cagarte en todo. Maldices el virus. Y te dan ganas de arrancarte el herpes, el labio o incluso la cabeza entera.
Sus fases son muy jodidas: Primero esa mancha roja y quemazón en el labio acompañado de un dolor leve y moderado en el lado de la cara que se encuentra el herpes (incluso puedes notar ese dolor en cualquier extremidad, pero siempre en el lado en que se encuentra el herpes), luego te pasas días y días aplicándote una pomada que se llama "Zovirax", lo que hace esta crema es quemar el herpes y convertirlo en costra. Y lo consigue: convierte tu herpes en una costra asquerosa, que siempre termina cayendo y reconstruyéndose y piensas que el herpes nunca se va a curar. Cuando por fin se cura. Cuando por fin la costra se cae te queda una pequeña cicatriz, que cuando pasan unos dos o tres días desaparece. Entonces sonríes, y respiras aliviada, porque el herpes se ha ido. Pero semanas mas tarde despiertas notando un leve quemazón en el labio, en la nariz o incluso en el paladar. Te miras al espejo y saludas a un nuevo herpes. En ese momento es hora de que le vayas buscando un nombre. Porque ya no eres uno, ya sois dos en un mismo cuerpo. Felicidades.

Poema para encontrarte

No es que te busque,
en la próxima mirada
que cansada me ofrece,
una mujer,
que podría llevar tu nombre.

No es que espere a que llegues,
sentado en mis recuerdos.
No sé como eres,
si rubia o morena.
Quizás me esperes
fumando un cigarro
en una cafetería llena de gente.
O persiga tu olor una tarde cualquiera,
caminando por la acera,
hasta que la boca del metro,
nos devore.

No se si me dirás que me quieres,
que me odias,
o quédate a mi lado,
para siempre.
Cómo será el tacto de tu piel,
cómo besaran tus labios,
de qué manera se rendirán los míos.

En realidad no sé si quiero conocerte,
y verte con otro.
O con nadie.
Hoy,
cuando cuidadosamente,
pasabas las hojas y maldecías los números,
he querido que no fueras tú.
He deseado, otro nombre,
otro año,
otro lugar,
otro cuerpo,
y tú.

Pero que caprichoso
es el destino,
que nos hace encontrarnos
mirarnos,
enamorarnos,
en vidas distintas.
Como la tuya,
y la mía.

Aún así te miro.
Te respiro.
Aunque tu no me encuentres,
y yo no te tenga,
y además,
nunca.

Mar de ausencia

El vidrio quebrado
el sonido que hacía
sobre la barra de aluminio.
Tu voz,
que encuadernaba mis ideas.
Moldeabas mis días,
aquellos llenos de nada y de todo.
De vacío.
Aquella inesperada ausencia,
que quedaba cuando se cerraba la puerta.
El verano llegaba,
las puertas de tu coche se abrían,
de par en par.
Y tu corazón.
El pedal del acelerador,
se enredaba con tu pie,
subía por tu pierna,
hasta alcanzar tus pantalones
de pirata blancos.
Y yo jugaba a cambiar,
el ruido del cristal
por las olas del mar.
Inventando excusas,
para no volver
a la ciudad.
No sé que daría,
por volver a ver,
el mar,
reflejado
en tus ojos.

Llega en Julio

Mi hermana tenía 2 años. No paraba quieta.

Vivíamos en un cuarto piso. Teníamos una habitación, le decíamos la "habitación de corcho", porque el suelo estaba fabricado de lo mismo. En las paredes repisas de pladur. Que parecían escaleras hacia el cielo. En esa habitación se jugaba: a las muñecas, a la consola, se podía ver la Televisión, pintar, o simplemente patalear en el suelo de corcho.

Como decía antes: mi hermana tenía dos años y no paraba quieta.
Un día mi hermana escaló esas escaleras hacia el cielo. Dirección: la ventana cuadrada. La única ventana de la habitación.
Llegó hasta la ventana, gracias a las repisas de pladur y misteriosamente se sentó en el filo del mármol, de la ventana. Una niña de dos años sentada en el borde de la ventana... (imaginaos).

Cuenta mi madre que no la escuchaba hacer ruido y que eso fue lo que le hizo ir a la habitación de corcho , cuenta que: la vio y las piernas se le congelaron. Pensaba que si hacía ruido la niña saltaría. Pero que si no se daba prisa no le daría tiempo a sujetarla y caería al vacío.
Mi hermana no cayó desde un cuarto piso de milagro: eso sí, más tarde, no pudo salvarse del tirador de la puerta que casi le saca un ojo (lleva una cicatriz justo debajo del ojo en forma de U), tampoco pudo salvarse de partirse 2 veces las paletas por caer de cabeza tantas veces, ni tampoco se pudo salvar de la alcantarilla asesina ( pisó una alcantarilla, esta se giró clavándose de canto en sus partes más intimas, que en los días sucesivos eran 3 en 1) ni de todas las veces que se ha caído de la bicicleta o de algún árbol.

Dice que de mayor quiere ser Policía, Guardia Civil o irse a las Fuerzas Armadas (aunque conforme va creciendo, esta afición se le está pasando). Y yo le digo siempre que con la suerte que tiene lo mismo la atropella un tanque: que vaya con cuidado.
Y es que antes de nacer, ya la declaraban muerta.
Los médicos no le escuchaban el corazón.

Cumplió años en Mayo, y el regalo que le hago es un viaje a Barcelona. Quiero tenerla aquí conmigo. Eso sí, caminaremos con cuidado, esquivando las alcantarillas, no la dejaré sola en el balcón, y si la veo mirar un árbol la sujetaré con todas mis fuerzas. Se lo digo a ella: se ríe y me dice que ya es mayor. Y a pesar de que sé que es verdad, la sigo viendo pequeña, correteando por la casa en busca de un destornillador para desmontar la lavadora, o una cuerda para escalar algún balcón y sonrío. Porque ahora no me importaría ser pequeña con ella.

Bajo tu ventana

Por las noches escapaba de mi casa hasta llegar bajo tu ventana. Tu esperabas mi llegada escondida entre las cortinas, cuando me veías llegar abrías la ventana y te asomabas: me saludabas y yo no dejaba de mirarte, no dejaba de mirar hacia arriba hasta que el cuello me empezaba a doler demasiado.Te escribía canciones. Te las llevaba escritas en una hoja cuadriculada de mi libreta de matemáticas. Tu lanzabas la cuerda por tu ventana y yo con sumo cuidado ataba el papel. Te quedabas pegada a la ventana, mientras lo leías, alguna que otra vez llorabas. Luego me mirabas con infinita ternura. Me sentaba en el suelo con la espalda pegada a la fría pared (aun recuerdo aquel frío y aquel tacto rugoso), cerca de unos contenedores de basura. Era la posición perfecta para poder mirarte todo el rato sin cansarme demasiado. No dejaba de mirarte: Te soltabas el pelo, me enseñabas la ropa que te pondrías para ir al instituto por la mañana. Abrazabas aquel perro de peluche que decías se parecía a mi, y yo sentía ese abrazo. Solía estar bajo tu ventana hasta que tu te cansabas, hasta que te entraba el sueño, o tu madre paseaba por el pasillo y por miedo a que no te sorprendiese en la ventana, cerrabas y dejaba de verte.

Nuestro amor era infinito. Pero ni tu, ni yo lo entendíamos. Quizá éramos demasiado pequeñas, o el amor demasiado grande. Pero yo seguía abandonando mi cama para ir a tu ventana. Y tu seguías abriendo tu ventana, recogiendo mis canciones, e inventando despedidas. Pero aquella noche fue el fin: tu madre se asomó por otra ventana y me pudo ver atando una canción a la cuerda que siempre me lanzabas: te quito la cuerda, la canción, y cerro tu ventana. La noche siguiente, y la otra, y la otra, y la otra estuve allí aguardando bajo tu ventana, pero nunca más te volví a ver. Arrugué las canciones que te llevaba, y las metí en mis bolsillos. Le di patadas a los contenedores de basura y llorando me fui hasta mi casa.
Una mañana falté al instituto y fui hasta tu casa. Era medio día y tu debías estar en casa comiendo. Toqué al timbre varias veces, pero nadie respondió. Me senté en el escalón de tu portal, a esperarte, a verte salir. Hasta que saliste, me acerqué a ti para hablarte, pero tu madre tiró de tu brazo hasta alejarte 5 metros de mi. Metió la mano en su bolso y me dio un papel arrugado: era la última canción que te entregué. Y mientras me entregaba el papel arrugado con la canción me dijo: Olvídate de mi hija, ella no es como tú.
Te vi alejarte con lagrimas en los ojos. Dejé de escribirte canciones, pero no de pensarte. No dejé de pasar por debajo de tu ventana, no dejé de hacerlo con la esperanza de volver a verte algún día. De que me dijeses que tu madre se estaba equivocando, que estaba siendo muy egoísta.
8 años después nos volvimos a encontrar, me reconociste enseguida, pero no me saludaste. Me volviste a buscar y me encontraste, traías un papel cuadriculado y algo arrugado, me lo enseñaste: era una de mis canciones.
Me dijiste: "nunca me dijiste que me querías". Y sonriendo te conteste: "en la última canción que te escribí te lo decía". Pero nunca llegaste a leerla. Tu madre sí. Me alejé de ti porque no quería crearte problemas con tu familia.
Me preguntaste que si te acompañaba. Pero te contesté que no. Yo ya no era aquella niña que se escapaba por las noches hasta llegar bajo tu ventana.

Consejos que se dan

Nos encontramos de casualidad en un centro comercial. Te reconocí nada más verte, poco habías cambiado: el color del pelo, las gafas, y la pareja.
Antes de saludarnos nos quedamos mirándonos un buen rato, como tomando impulso para acercarnos la una la otra. Al final quien lo tomó fui yo. Me acerqué a ti y abriendo más los ojos y sonriendo te dije: "hola, te acuerdas de mi". Pronto respondiste que sí. Que hacía rato me habías visto y que yo me había adelantado a saludarte.
Me preguntaste por mi vida. Te dije que me iba bien, que al final terminé viviendo en Barcelona. La primera vez que te dije que me venía y de esto hace ya bastantes meses, te reíste. Me decías que irme a vivir una ciudad desconocida, con otro idioma, y llena de gente iba a ser un fracaso. Me aconsejaste que no dejase mi ciudad, que buscase un trabajo de camarera, de esos que te pagan 900 euros con pagas incluidas y sin vacaciones. Me dijiste que me conformase con lo que tenía. Que la felicidad no tenía porque estar en otra parte.
Ese día me dejaste con la duda. Me pasé pensando en ello el resto de la noche.
Pensé en tu vida: tienes un trabajo que no te gusta, eres inestable en el tiempo: capaz de cambiar de pareja 3 veces en un mismo mes. Sueles soñar pero no luchas por esos sueños.
Ese pensamiento me llevó a no querer tomar tu consejo. Me vine a Barcelona y cumplí mis sueños (y aún continúo cumpliendo más).Hoy me encuentro contigo en mi ciudad natal, te pregunto que tal te va la vida y me dices que te va igual que siempre. Tienes otra pareja diferente. Sigues en el mismo trabajo de siempre: ganando poco y sin tiempo para hacer cualquier otra cosa que te guste.
Te miro y me imagino lo que hubiese pasado de haberte hecho caso: estaría como tú, infeliz en un trabajo que no me gusta, sin luchar por mis sueños, cambiado de pareja o no. Con vida y sin destino. O con el único destino de no prosperar en esta vida.

Te cuento como es mi vida en Barcelona y te quedas callada, y parece que te vuelvas ausente por momentos. Te pregunto por tus metas y tus sueños: y dices que tu no usas de eso.Agarras a tu chica del brazo y me dices que tenéis prisa. Que quizá otro día nos veamos. Y quedo con la sensación de que no te veré nunca más.

eigual

Empecé a escribir este blog en una época bastante importante de mi vida. Aquí he escrito poemas y relatos. De la única forma que se. Hace poco me mude a www.escriboaqui.es con las mimas ganas de escribir que nunca. Con nuevos proyectos y sueños. Disfruta de todas las palabras que se quedaron aquí.