Vi a Silvia por primera vez entrando al Bar. Recuerdo que cuando entró la espuma de la cerveza se agitó. Se acercó a la barra, me pidió un cortado. Y lo único que fui capaz de preguntarle fue:
-¿con leche fría o caliente?
Ella actuaba en una obra de teatro para todo el público en general. Desde que la vi supe que volvería.
Me pidieron de poner un cartel en la puerta de cristal de la cafetería. Accedí. La obra se llamaba: "Todas las cosas bellas". Y ella actuaba como protagonista, hacía de una mujer que perdía a su amado en la guerra y siempre pensaba que volvería vivo. La obra se desarrollaba en un escenario variado, oscuro y colorido a veces, donde intervenían otros actores dejando un poco a parte ese punto amargo y triste de la historia, y aportando risas.
La obra duraría 4 días. De 6 a 8 de la tarde se hacía cada pase. Y la cola, llegaba hasta mi cafetería. Ella venía cada día, por la tarde, se tomaba un cortado. Luego, en el descanso, se tomaba otro, y cuando la obra terminaba, se tomaba 3 cañas con 3 tapas, que yo siempre procuraba fuesen las más grandes.
Yo tras la barra conseguía fuerza y seguridad en mi misma. Por eso, el tercer día me atreví a hablar. Le acerqué el periódico y le enseñe el cartel de su obra. Salía ella, bastante guapa. Me preguntó que si me gustaría verla. Le respondí que sí, pero que no tenía tiempo, que yo trabajaba de 7 de la mañana a 9 de la noche. ¿Y no puedes cruzar un momento la carretera para verme? -me preguntó-. Ese "para verme" me conmovió. Y le dije que para verla cruzaba hasta una autovía en patines. Sonrío.
Al día siguiente me regaló dos entradas: toma, para que vengas a verme con quien quieras -me dijo-.
Fui sola. Cerré el Bar por dos horas y me fui a verla. Ella me saludó desde el escenario. Y yo pensé que si me saludaba, que si se acordaba de mi entre tanta gente, era porque yo le había gustado. Porque algo de mi le había llamado la atención. Lo pasé genial viendo la obra. Me encantó.
Cuando terminó me fui corriendo a abrir el Bar. De 8 a 9.
El Bar se llenó de gente. No daba a basto. Y estaba yo sola, entre la cocina y la barra. Con 5 bocadillos de lomo sobre la plancha y un montón de cervezas, refrescos y zumos por servir. Tenía que cobrar y cada vez que entraba a la cocina y salía tenía que lavarme las manos.
Silvia, llegó, como cada tarde-noche, a tomarse sus 3 cañas.
¡Vaya hoy estás a tope! -me dijo, alucinada-.
Me pilló de espaldas, cuando me giré ya no la vi. La busqué nerviosa con la mirada: mierda, se ha ido, mierda, yo quería charlar con ella un rato, pero con el Bar a tope, imposible.
Me giré para ir a la cocina, a terminar los bocadillos, y allí la encontré, dentro de la cocina.
Perdona que me haya colado, pero creo que te vendrá bien una ayuda -dijo, sonriendo-.
Había abierto la puerta y como si de su casa se tratase se había metido en la cocina a ayudarme con los bocadillos.
Esa noche, vendimos 23 bocadillos, un montón de cervezas, refrescos, de todo.
En una hora hice más caja que en todo el día.
A las 11 de la noche dije basta. Y empecé a cerrar la persiana. Ella estaba dentro de la barra conmigo, bromeando, riendo con dos clientes de toda la vida, que estaban apunto de irse. Que bromeaban, con : ¡que cocinera más guapa has contratado!, y cosas de ese tipo. Ella se reía. Y me preguntaba que más había que hacer.
Yo aún no había caído en la cuenta de que Silvia me estaba ayudando, casi sin conocerme, haciendo un trabajo, después de su trabajo. Y había caído en la cuenta, al mirarla y verla como se quitaba el delantal.
Cuando los clientes se fueron, ella y yo quedamos a solas.
La mire a los ojos, dispuesta a darle las gracias pero justo iba a hacerlo pegó sus labios a los míos. Nos fundimos en un beso tierno y dulce, con sabor a bocadillo y cerveza.
La empujé apoyando su espalda contra la barra de mármol. Pegué su cuerpo al mio. Encajábamos a la perfección. Era como si toda la vida hubiésemos estado esperándonos.
Me llevo a su hotel. Yo quería pagarle por su trabajo realizado en la Cafetería. Se negó. Me dijo que ese dinero lo gastase para ir a obras de teatro, que había que ir más al teatro.
Nos acostamos.
Por la noche me dijo que mañana se iba. Yo le dije que apenas nos conocíamos, que era la primera vez que me acostaba con una desconocida que horas antes me había ayudado en mi trabajo.
Sonrío.
Viniste sola a ver la obra ¿no tienes novia? -me dijo-.
Le dije la verdad, que no tenia. Me dijo que ella si, que su novia la estaba esperando en casa.
Y que mañana se reuniría con ella.
Yo quedé en la cama, desnuda, sin entender muy bien todo lo que había pasado.
Ella, al día siguiente se fue sin despedirse. Y yo quedé con su café cortado preparado sobre la barra, como una tonta. Pero no vino. Por la tarde, le preparé la cena y le eché una cerveza, pero el bocadillo terminé comiéndomelo yo y la cerveza en el desagüe. Porque tampoco vino.
Nunca se lo conté a nadie, porque pensé que todo había sido producto de mi imaginación, cuando le pregunté a un cliente que llevaba todo el tema relacionado con los eventos realizados en el centro cultural donde se había desarrollado la obra, que si el había ido a ver la obra de teatro.
Y me preguntó totalmente extrañado ¿qué obra de teatro?. Ahí no ha habido ninguna obra de teatro, llevamos toda la semana con el concurso de los pájaros.
Me quedé muda, sin entender absolutamente nada, porque en realidad, todo aquello había sucedido de verdad. Pero.. ¿dónde?
La misteriosa mujer y la obra de teatro
te contó
eigual
2 comentarios:
No digas que fue un sueño.
eres la hostia!
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