Me miran con envidia.
¿Estas ahora en el mejor departamento, eh? -me dice todo el mundo-.
Ahora puedes hacer lo que te de la gana.
Camino por los pasillos, y la gente que no está conforme con lo que tienen, me miran con envidia.
Clavan sus miradas en mi. Seguro que me critican por llevar está camiseta -pienso-. O por mi forma de caminar, o mis gafas.
Me siento en mi mesa. Toda la gente que pasa por mi lado me pregunta como he llegado ahí. Me dicen: que cambio, que suerte.
Y yo pienso en lo equivocados que están.
No tengo suerte por estar en este departamento. Ninguno de los que estamos aquí tenemos suerte de estarlo. Suerte sería, ser el jefe. O cobrar por tan sólo hacer un garabato sobre un papel. Y aún así, eso, tampoco sería suerte: sería una vida triste y aburrida, sería llegar a casa y no haber experimentado nada nuevo. Sería no crecer, sino menguar. Porque cuanto menos cosas haces más inservible te vuelves. Se rompe la máquina. Tu mecanismo se oxida. Si tu trabajo es no hacer nada, te volverás vago. Y luego hasta caminar dolerá tus huesos y tu ánimo: te cansará cualquier movimiento.
Tengo dolor de cabeza. He llegado al trabajo así. Con dolor de cabeza de serie. La mañana ha empezado bien jodida: mi metro hace que llegue tarde al trabajo. A lo largo de la mañana el dolor de cabeza crecía. El que se supone que es mi medio-jefe me enseñaba todo lo imprescindible para llevar a delante el departamento. Mientras me enseñaba como se hacían las cosas, la gente que pasaba por al lado, todos compañeros de trabajo, me miraban con rabia infinita.
Oye, que yo os cedo el trono y me voy a archivar que al menos, así, pienso menos y puedo ir escribiendo mentalmente mis relatos para los dos concursos en los que voy a participar -les miro, mientras pienso esto, que no les digo-.
En la hora de la comida me tomo una pastilla que se lleva mi dolor de cabeza. Mientras como, mis compañeras me siguen con el mismo tema: que suerte, estarás como una reína en tu nuevo departamento ¿eh?, haciendo lo que te da la gana
Les miro y les río la gracia. Total, para que ponerse de otra manera.
El dolor de cabeza continua. No puedo más.
De repente se me ocurre una idea.
Entro al baño, y me cambio la cabeza:
Me hago una foto con el móvil para que me veáis.
Salgo del baño.
Me siento en mi silla, frente al ordenador.
Ahora me miran y pasan de mi.
Esta gente es la hostia.
He conseguido librarme del dolor de cabeza, cambiando mi cabeza por otra, y a la vez, he conseguido que esta gente deje de darme la lata con el mismo tema, una y otra vez....
Al menos......por ahora....
Cuando cambias de departamento
te contó
eigual
0 comentarios:
Publicar un comentario