Todo de mi



La conocí tras la barra.
Era morena, alta, con unas tetas muy grandes. Un físico envidiable. Estaba allí por alguna razón: metida en aquel Bar donde solo la gente rara iba a parar. Ella se sacudía allí sentimientos del pecho, sobre la barra de mármol. Me miraba, como llamándome con la mirada, para que me acercase a ella. Yo la observaba, mientras servía cerveza. De hecho, en más de una ocasión, por mirarla desbordé el vaso de espuma.

A las 4 horas de estar allí, de verla allí, con sus codos apoyados sobre la barra, me atreví a acercarme, a hablar con ella. Me imponía tanto, que cuando le llenaba el vaso de cerveza sentía algo de vergüenza. Le llené la cerveza:

-¿Me sirves otra tapa de lo último que me has puesto?. Estaba bien bueno -me dijo, mirando mis ojos-.
-Claro que sí -apremié, mientras salí corriendo hacia la cocina a prepararle otra tapa de esas.

Se la serví.

-¿Te gusta? -pregunté, mientras devoraba la tapa, con mucho interés-.

Esa mujer parecía que llevaba mucho tiempo sin comer. Como si viniera de un largo viaje, y no hubiese comido en días.
Por fin me atreví a preguntarle. ¿Eres modelo, y estás aquí de viaje por alguna razón? -le pregunté sonriente-.
No, no soy modelo -me contestó. Soy prostituta.
Por un momento sentí que había metido la mayor pata de mi vida. Era prostituta. Hubiese apostado por cualquier profesión, todas menos prostituta. No tenía pinta de prostituta. No tenía pinta de la típica mujer de carretera, ni de las que se anuncian en los periódicos para que vayan a tu casa a follar.

Me acerco a ella, comienza a hablarme:

Soy prostituta desde que tengo uso de razón. De pequeña, cuando cumplí los 9 años mi Padre me dio mi mayor regalo de cumpleaños. Me violó. Me dijo: Hija, mira, esto es una polla, una enorme polla: con esto te follarán hombres. Los hombres que tu quieras que te follen y los que no. La gente te violará, y tu deberás dejarte, porque vas a ser una gran mujer, tendrás un cuerpo digno de ser follado por todo el mundo.
Yo no entendí bien a mi Padre. Pero siempre fui una niña respetuosa, y me quedé callada. Yo pensé que mi Padre no me iba a hacer nada malo. Hasta que me penetró y empecé a sentir tanto dolor por dentro, que aún, contándote esto tengo que agarrarme al mármol, del dolor que me produce reproducir todo esto.
Cuando mi Padre terminó de violarme, me quedé sentada, con las piernas abiertas, en el suelo. Sangré mucho. Mi Padre salió de la habitación. Estaba indignado con lo que me había hecho.
A los cuatro días: yo estaba en el hospital. Me ingresaron. Tenía mareos, vómitos y desgarramientos en la vagina.
Una psicóloga me lo contó todo: Tu Padre ha muerto. No me dijeron más. Es lo que tiene ser pequeña, que no te cuentan las cosas tal cual son. Por eso, años después yo sola tuve que averiguar que le había pasado a mi Padre:
Estaba enfermó desde que mi Madre murió y no aguantó el dolor que le producía el haberme violado. Por eso se suicidó. Porque tenía miedo a mirarme a la cara. A que su hija, dejase de creer en él. A que de mayor le preguntase: ¿Papá? ¿Porqué me violaste cuando tan sólo tenía 9 años?. ¿Porqué marcaste mi vida de esa manera?. Yo creía en ti, Papá. Te tenía en un altar, eras mi Dios, y mi única familia, y me violaste, y me dejaste sangrando allí en el suelo. Te odio Papá.

Pero de alguna manera, no le odiaba. Cuando me enteré de lo mal que mi Padre lo había pasado hasta entendí que me violase. Total, el me trajo al mundo, yo era su hija, tenía derecho a hacerme lo que quisiera. Igual que me dio la vida, me la podía quitar en cualquier momento.
Es más, tantas veces soñé que Papa y yo nos metíamos en una habitación llena de un gas que nos terminaba matando, y acercándonos a Mamá. Tantas veces soñé eso. Que si mi Padre me hubiese llevado con él no me habría importado. Hubiésemos vuelto a ser felices los tres, en cualquier otra parte.

Tenía 9 años. Llamaron con mi abuela. Mi abuela era maniática. Enferma. Pero era la única familia, después de mi Padre, que me quedaba viva. Y por ese entonces, lo hacían así, te entregaban a algún familiar vivo que pudiese cuidarte y darte una educación. Y mi abuela podía.
Sufrí malos tratos por su parte. ¿Ves esta cicatriz en la mejilla?. Me la hizo mi abuela, me dijo que yo no podía ser tan bonita, que me violarían por la calle, cogió un cuchillo afilado y me hizo el corte. Sangré mucho. Me llevo al hospital, me pusieron 15 puntos. Y una psicóloga me preguntaba que porqué me hice aquello. Y yo callada, sin hablar, miraba a mi abuela. Que con la mirada me amenazaba: Si lo cuentas, te mato. Por eso me callaba, creían que era una niña con problemas. Y quienes tenían esos problemas era la gente que me rodeaba. Todos son seres dañinos. En el colegio, los niños me levantaban la horrorosa falda que me obligaba mi abuela a llevar cada día. Me amenazaban. Se orinaban en mi mochila, porque yo no tenía ni Padre ni Madre, y se reían de mi cicatriz: la muerta, me llamaban. Por lo pálida que casi siempre estaba. Porque no dormía. Porque pasaba las noches escuchando como mi abuela follaba con desconocidos, al otro lado del pasillo. Y temiendo, con miedo, de que uno de esos que mi abuela se follaba por dinero, viniera a mi habitación y me violase a mi. Otra vez. Otra violación. Soñaba tantas veces que mi abuela miraba sin hacer nada, mientras un hombre fuerte y mayor me violaba, que me despertaba sudando, con el corazón muy acelerado y hablando: No, otra vez, no. No. Por favor. No.

Me hice prostituta. A los 16 años escapé de la casa de mi abuela. Y no tuve más remedio que seguir los consejos de mi Padre, para sobrevivir. Era dinero en efectivo. Al momento, y sin necesidad de hacer ningún tipo de entrevista. Y además, siempre me sacaba un buen dinero: cada día podía ganar entre 10.000 y 15.000 pesetas, follando mucho, eso sí. Haciendo toda la noche, la carretera. Más de 16 horas, allí, chupándole la polla a camioneros, dejándome follar sobre una roca, a las 5 de la madrugada por hombres sucios, casados, y peculiares.
Tuve suerte. Nunca, ninguno me dio una paliza, ni me robo. Parecía irreal, que mi propia familia me tratase de aquella manera, y aquellos desconocidos que me follaban, no me hicieran más daño que el follarme a cambio de entregarme unas cuantas pesetas.

Con eso pude alquilar un piso. Quería buscar otro trabajo. Cambiar de vida. Pero cuando eres prostituta casi, desde que naces, cambiar de profesión es una tarea difícil. Porque no sabes hacer nada. No puedes inventarte una vida laboral, porque sólo has sido prostituta, solo sabes follar. Y eso, a las empresas, les da igual.
En mi búsqueda de trabajo, me enamoré. Llamando por teléfono desde una cabina, conocí a un chico, muy guapo. Entablamos una conversación bastante entretenida. Me invitó a tomar unas cervezas, y acepté. Me enamoré desde el momento que le vi, cosa que no me ha pasado nunca, desde que follo con hombres desconocidos. Pero es lo que tiene. Éste no me quería follar. Quería invitarme a tomar unas cervezas.
Cuando me preguntó que a qué me dedicaba me quedé callada unos segundos. Tenía dos opciones: mentirle o decirle la verdad. Opté por la verdad. Al hombre de mi vida no quería mentirle. Soy prostituta -le dije-. Pero vamos, que lo estoy dejando.
Eso dicen todas -me dijo-. Se levantó, cogió su abrigo, del respaldo de la silla. Llamó al camarero, le dio 10 euros, y se marchó.
Me quedé allí, llorando. Era la primera vez en mi vida que lloraba por un hombre, después de por mi Padre.
Nadie se acercó a consolarme. Nadie. Salí llorando de aquel local. Queriendo morir en cualquier esquina. Queriendo que alguien me violase, me matase. Quería ser un uno más de la violencia. Quería desaparecer. Quería reunirme con mi Padre, con mi Madre.
Me fui a mi piso. Esa noche la tenía libre.
Me la pasé en el lavabo, por primer vez intentando quitarme la vida. Y fue cuando me di cuenta, que no. Que no podía hacerlo. Que tenía que intentar salir de toda esta mierda. Que tenía que resetear mi vida: volver a empezar.

Y fue cuando me enteré de la muerte de mi abuela, esa misma tarde, que cogí mis maletas y me fui de aquella ciudad. Dije adiós a todo. A los maltratos, a mi Padre muerto, a mis chulos, a la carretera que tantas veces me dio de comer, me ayudó a vivir. Cogí mis pocas pertenencias y cerré aquella puerta. Llamé al casero: Quédese con la fianza, me voy -le dije-. Pero mujer, espere, ese dinero es suyo. El casero. La única persona buena que he conocido en mucho tiempo. No, quédese ese dinero, por favor, hágale un regalo a su familia, un regalo de Navidad grande. Feliz Navidad -y colgué.
Cogí un autobús. Al principio no sabía cual, y al final terminé por sacar un billete para Granada. Y aquí llegué, hace poco menos de 4 días. No tardé en encontrar piso. Comparto piso con tres chicas más, un piso en una calle muy tranquila.

-Busco trabajo. Si necesitas una camarera, ah, claro, que no querrás a una ex prostituta de camarera.... -me dijo-.
-No -sonrío-. Pero si esa ex prostituta, eres tú, ¿porqué no?.
-Venga ya, lo estás diciendo en serio -me dijo, con una sonrisa que llenó el Bar-
-Sí, es en serio. A ver ¿cuando quieres empezar?.

La contraté. Nunca había llevado una bandeja. Le enseñé. Aprendía muy rápido todo. De haber podido estudiar una carrera, esta mujer, habría sido como mínimo Médico, Cirujana, Profesora.
Cualquier cosa que se hubiese propuesto.
En 2 semanas era la mejor camarera que cualquier persona hubiese querido tener trabajando.
Las propinas las iba metiendo en una hucha, y cada semana, con esas propinas me traía un regalo.
Que camarera tan guapa y apañada -me decían los clientes-. Y las mujeres que cada mañana venían a desayunar. Todo el mundo estaba encantada con ella.
Y yo la miraba, con admiración, detrás de la barra. Y ella. Ella me miraba como si estuviese enamorada de mi. Con una ternura infinita.
Quiero que me enseñes a cocinar. Quiero ayudarte con la cocina -me dijo una tarde, cuando la cocina se desbordaba de trabajo, y no daba a basto haciendo bocadillos-.
La enseñé. Te pagaré más, no puede ser que eches tantas horas aquí - le dije-.
Echaba muchas horas. Cuando llegaba su hora de salida, no se iba, se quedaba en el Bar. Se acercaba a las pastelería, y me traía un merengue, que sabía que tanto me gustaba. O se quedaba simplemente allí, por si venía mucha gente, entrar y ayudarme.
Un día el trabajo se desbordó. Y tardó un segundo en entrar, y ponerse a servir conmigo cafés, cocacolas y tapas.
Ese día nos dieron las 12 de la noche. Cuando cerramos la persiana, saqué 60 euros de mi bolsillo y se los metí en el bolsillo de su chaqueta. No quiero que me pagues más -me dijo-. Lo hago por que quiero, porque te debo mucho. Muchas cosas. Gracias a ti, estoy saliendo adelante. Me has enseñado una profesión, que he descubierto que me gusta: y lo has hecho sin conocerme apenas. Podría haberte mentido. Mi historia podría haber sido una broma. Y yo podría ser una ladrona, y estafadora, y sin embargo, me has escuchado, has confiado en mi, y me has metido en esta Cafetería que es tu casa. Te estoy agradecida, y si hay alguien que te tenga que te deba algo, esa, soy yo.
Me dijo aquello, y se quedo callada. Cogió el dinero. Lo volvió a meter en mi chaqueta.
Y me dijo:
Cenemos en tu casa. Invítame a quedarme a dormir. Hagamos el amor. Hazme el amor, esta noche, en tu cama. Quiero probar tu boca. Quiero conocer el tacto de tu piel. Quiero hacer contigo el amor, correrme con amor. Nunca me he corrido con amor. Y quiero hacerlo por primera vez, y quiero que sea contigo. Hazme tuya. Quiero ser tuya. Quiero que con el tiempo, te enamores de mi. Quiero ser tu novia. Nunca he tenido novia, pero creo que sabré hacerlo bien. Dime que sí. Que tu quieres lo mismo que yo. Que deseas lo mismo que yo.
Estoy sana. Me hice las pruebas poco antes de venirme: no tengo sida. No tengo hepatitis. No tengo nada, que te pudiese hacer correr algún riesgo. No quiero ponerte en peligro. Sino al contrario, quiero hacerte, feliz, y quiero penetrar en tu corazón, poco a poco.


Helada me quedé. Y dejé de sentir frío, en aquella noche de cielo raso, y escarcha en los coches.
Aquella mujer me excitaba. Claro que sí, una no es de piedra. Pero yo no sentía lo mismo por ella. No la deseaba. Ella, solamente me producía ternura. Me quedé tan seria y callada.
Se asustó:

Me vas a echar, verdad?. Vas a echarme, porque he metido la pata. Siempre que me enamoro meto la pata. Como aquel día, con aquel chico. Si no le hubiese dicho que soy o que fui prostituta, seguramente se hubiese quedado conmigo. Y ahora, te digo lo que siento por ti, y tu me vas a echar. Es normal, he sido puta, y es normal, que tú, que alguien como tú, no quiera estar con una puta. Con alguien como yo. Te comprendo. Échame si quieres. O no, no lo hagas. Me iré yo. No quiero remover tu vida, tu estabilidad sentimental. No quiero que por mi culpa, te sientas incomoda.

No digas eso, calla...cállate -le dije, mientras buscaba darle un abrazo-.
No, déjalo. No tengas pena por mi. Es lo último que quiero causarte: pena -me dijo-.

Le dije que viniese a mi casa esa noche. Pero se negó. Dijo que mejor mañana. Que mañana sería otro día. Y se marchó. Me pasé toda la noche pensando en ella. A la mañana siguiente no vino a trabajar. La llamé, preocupada, no me cogía el teléfono. Al día siguiente, llegó el cartero con un giro postal. Ella me mandaba dinero, todo el dinero que yo le había pagado durante esos dos meses que estuvo trabajando conmigo.
Yo no puedo aceptar esto, le dije, alucinando, al cartero. Este me miró extrañado. Firmé y cogí el dinero. Eché a llorar. La llamé durante ese día, hora tras hora. Hasta que su móvil dejó de darme señal: sin batería o fuera de cobertura.
La gente, mientras, me preguntaba que si le había dado día libre a esa camarera tan guapa y apañada que tengo. Y yo, torpe, preocupada, y echándola de menos, servía los cafés, y la sentía en todos los rincones de la cafetería.

Nunca supe nada de ella. Y cuando iba en coche, me quedaba fija en el borde de la carretera, siempre pendiente, de encontrarla allí, ganándose la vida.
Deseando saltar del coche en marcha y salvarla de nuevo.

Siempre esperé su regreso.

Nunca regreso.

Entiendes ahora, porqué me gusta tanto esta canción? :


4 comentarios:

Anónimo 24 de noviembre de 2007, 21:12  

Precioso relato, espero que algun dia la vuelvas a ver aparecer por la puerta de ese bar.
A mi tambien me encanta esa canción, y muchos de tus relatos, un abrazo desde el sur!

Anónimo 25 de noviembre de 2007, 5:18  

que puedo decir apenas lei tu comentario en mi blog pense que habias desaparecido no se que mas decirte de la emocion :D espero me puedas dar tu correo de hotmail bueno cuando veas mi direccion sabras quien soy y tanto tiempo sin saber de ti y ahora veo que ya tuviste otros blog y de direccion en direccion llegue aqui

emocionante historia no se que mas decir :D

Alas 26 de noviembre de 2007, 17:51  

Menuda historia! Es ... bueno, no sé describirla... tan real, parece que puedo veros y sentir esa historia como si fuera casi mía...

Increíble...

Un beso

Luna Carmesi 8 de enero de 2008, 9:31  

Me ha encantado.

eigual

Empecé a escribir este blog en una época bastante importante de mi vida. Aquí he escrito poemas y relatos. De la única forma que se. Hace poco me mude a www.escriboaqui.es con las mimas ganas de escribir que nunca. Con nuevos proyectos y sueños. Disfruta de todas las palabras que se quedaron aquí.